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“Pequeño Guerrero” por Sandra Ortega Rodríguez (4ºA)

 

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Un pequeño relato que muestra las adversidades de un niño de tan sólo 8 años que nunca había conocido las comodidades de una vida con juguetes, una vida en la que fuera normal ir a la escuela, una vida en la que los médicos salvaran más vidas, una vida en la que los trabajos estuvieran bien remunerados, una vida en la que conseguir comida no fuera una aventura o en la que beber agua potable no fuera un milagro. Una vida como la que nosotros tenemos ahora mismo.

 

          “Sólo un paso más y caerás al vacío”, se repetía una y otra vez en su cabeza, tensa y dolorida después de la caída, “sólo un paso más y caerás”. Un hilillo de sangre recorrió rostro abajo, cuya gota final nunca llegó al suelo; no porque algo se lo impidiese, sino porque simplemente no había suelo donde caer. Un enorme precipicio los separaba a él de la realidad, pocas palabras lo definirían mejor que imponente, tan imponente que un paso separaba la muerte de la vida, un paso y se acabaría todo dolor, sufrimiento, hambre, tristeza, todo quedaría atrás con un solo paso. Si eso es así, ¿por qué nos quedamos, por qué seguimos aquí? ¿Qué sentido tiene vivir si la vida nos da la espalda?

          Son preguntas que aparecían intermitentes en la mente del chico, confuso y aturdido por el golpe, que desaparecen una vez que se deja caer, prefiriendo el bien común, librándose de todo sentimiento y emoción que le rodease, de todos y cada uno de ellos, tanto buenos como malos, aunque se dio cuenta de ello tarde. Cuando quiso darse cuenta había cometido el mayor error de su vida dejando atrás todo lo que le importaba, todo por lo que sonreía, todo por lo que mantenerse con vida merecía la pena, todo perdido por la estupidez de un instante.

          Se veía allí cayendo al vacío solo, contemplando todo lo que dejaba tras él: amor, cariño, esperanza y alegría. “¿Cómo pude estar tan ciego?” se preguntó entre sollozos. A su cabeza volvieron imágenes de lo que había sido su vida hasta ese momento, momentos felices por los que vivir merece la pena: aquel momento mágico en el que estaba agarrado a las fuertes manos de su madre, con aquella sonrisa que le daba fuerzas para poder dar ese primer paso y aprender por fin a caminar; aquellas peleas tontas con su hermana, de las cuales siempre acababan riendo, los fantásticos juegos de imaginación que creaba con sus amigos que convertían un día aburrido en una pelea de caballeros y dragones. Todos aquellos momentos desaparecerían ahora para siempre, y no podrían crearse más buenos momentos que rememorar y disfrutar de ellos.

          Y, de repente, cuando cree que todo está perdido, Onika se despierta con la misma pesadilla de cada noche desde que era pequeño, en la que se dejaba ganar por el cansancio y la dureza de la vida y, como cada mañana, se sentía con más fuerza de seguir adelante, de levantarse con una sonrisa en la cara y repartir amor y cariño por allí por donde pasaba, porque no se sabe lo que puede pasar el día de mañana y hay que aprovechar todo lo que tengas hoy.

          Abrió la puerta, cogió aire y se apresuró en buscar a su madre en la habitación contigua. La encontró en la misma posición de siempre, tumbada en un pequeño colchón que se encontraba en la sala, la cual no pasaba de los tres muebles, con cara pálida y desnutrida.

          Le dedicó una de sus mejores sonrisas y se marchó de casa prometiéndole antes que iría a por comida, que no tardaría mucho. Él se preocupaba por ella y la quería muchísimo; nunca la dejaría allí tirada, haría todo lo posible para conseguir que su madre se levantara de aquel colchón y se recuperara de su mortal enfermedad.

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          Cerró con delicadeza la puerta de su casa y se encontró con su hermana, estaba a punto de salir hacia el trabajo. La abrazó, le plantó un beso en la mejilla y ella le correspondió con una sonrisa. Apenado se despidió de ella y siguió camino hacia delante.

          Onika no podía soportar ver a su hermana así, trabajando tanto para ellos, todo por un mísero euro al día, aunque por lo menos tenían algo que llevarse a la boca, no como muchas familias.

          La vida en Senegal es dura para los pobres, conseguir dinero para subsistir es difícil por lo que la desnutrición es muy frecuente, un gran problema que afectó a su madre, que ahora está muy enferma, una enfermedad que ni los médicos encontraron aún una solución estable; por otra parte, está su hermana, una chica valiente que viaja todos los días a la ciudad para trabajar como criada en casas de ricos por una miseria de salario. Pero nada de eso impide que Onika sea feliz, ya que él se considera un guerrero, tal y como dice su nombre en africano, él sigue adelante e intenta ayudar en todo lo que puede a los que le rodean.

          Él pensaba que ese día iba a ser como los demás, buscar la supervivencia familiar y valorar lo que tenía como todos los días de su vida, pero como todos sabemos, siempre hay algún día que ocurren sucesos misteriosamente inesperados y ese día sería uno de ellos.

          Onika prosiguió camino adelante, dirección a su escuela, porque aunque estuviera a kilómetros de distancia de su casa él quería aprender y le encantaba escuchar los relatos de batallas antiguas o saber de qué estamos formados cada uno de nosotros y poder estudiarlas era todo un privilegio del que él podía disfrutar. De mayor aspiraba a ser un médico para poder ayudar a gente a curarse de las enfermedades, porque pensaba que la importancia de vivir era ayudar a los demás y desde pequeño siempre pensó que en el mundo había pocas personas que pensaran como él; así que tenía que aprovechar ese don que Dios le dio.

          En la escuela también podía ver a sus amigos y jugar con ellos, porque desgraciadamente, ellos no vivían cerca de él y fuera de la escuela era difícil poder estar con ellos: el niño que no trabajaba hacía tareas domésticas.

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         La mañana en la escuela transcurrió tranquila, pudo pasar tiempo junto a sus amigos y aprendió diversas cosas nuevas de varias asignaturas hasta que llegó la hora de volver a casa. Pasaría por la tienda de comestibles y llevaría una barra de pan a casa, tal y como prometió a su madre, pero alguien le cortó el paso en la salida. Era su profesor quien con mucho pesar le dio la trágica noticia al chico: su madre acababa de morir por un fallo respiratorio.

          Onika lloró desconsoladamente en los brazos de su profesor aunque intentara reprimirse, pero no supo controlarse. Su mundo se vino abajo y no sabía cómo levantarlo. Se libró de los brazos de aquel hombre mayor y corrió, corrió hasta faltarle el aire, hacia una explanada grande donde gritó desesperado en busca de alguna respuesta divina que devolviera a su madre a la vida, una respuesta vacía que nunca llegó a aparecer. Y se dejó desfallecer en la húmeda tierra del campo, haciendo que el cansancio y la impotencia arrastraran sus emociones, haciendo que el dolor de una pérdida se disipara en el viento como un grito agudo y sordo.

          Cuando quiso darse cuenta, se había quedado dormido y permaneció así durante unas cuantas horas, y solo el frío del atardecer pudieron despertarlo de esa fatídica pesadilla que es la realidad. Logró sacar todas las fuerzas que le quedaban y volver a casa, la que ahora se encontraba exactamente igual que cuando la dejó esa mañana, a excepción de un pequeño paquetito y una carta en el sitio donde debería de estar su madre.

          Con ojos llorosos e hinchados abrió la carta y leyó lo siguiente:

images2“Querido Onika, puede que para cuando leas esto yo ya no esté a tu lado, pero siempre me tendrás en tu corazón. Desde que eras muy pequeño siempre me pareciste un niño muy fuerte y valiente, pero hasta que no llegó el momento en el que yo no me sentí con fuerzas de seguir adelante, no comprobé cuán fuerte eras. Ahora pensarás que nada importa, que todo se acabó y que es más fácil tirar la toalla, pero no es así mi pequeño: tienes que levantarte, mantener esa firmeza que desde siempre has tenido y luchar por tus sueños hasta lograrlos. Nunca debes de mirar atrás y aunque sé que nunca pude darte todos los caprichos que una madre desea darle a su hijo, siempre intenté hacer todo lo posible por tu felicidad. En el paquete encontrarás un cachito de esa felicidad, una felicidad que sólo personas como tú podrían entender cuando la vean, una felicidad que no se basa en lo material, sino en lo emocional. Siempre estaré junto a ti, con cariño, te quiere mamá.”

          Onika abrió el pequeño paquetito y cuando vio lo que había en su interior empezó a llorar, pero no de tristeza como hizo anteriormente, sino de felicidad.

          Entre sus manos se encontraba el primer regalo que recibió en su vida; su primer juguete. No era el mejor juguete del mundo, ni tampoco el más bonito, pero para él era el mejor. Un pequeño oso de peluche hecho a mano, con botones negros por ojos y telas variadas que recubrían un interior de gomaespuma yacía bajo sus brazos, un juguete hecho con el esfuerzo y el amor de una madre, el que le recordaba a Onika que ella siempre estaría allí, que incluso después de muerta velaba por su felicidad.

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Comentario

 

          A veces somos racistas y egoístas. Nos creemos superiores cuando los verdaderamente mejores son ellos: los fuertes y luchadores son los que buscan la felicidad y no los que a pesar de tener todo creen ser desgraciados o infelices.

          Ellos no piden una vida de lujos y de caprichos, ellos sólo piden poder sobrevivir, y no les damos ni eso. ¿Qué sentido tiene la vida si no es compartir? ¿Por qué consentimos que esto ocurra si somos conscientes de la situación?

          El sentido de la vida debería de ser ayudar a levantarnos unos a otros como si fuéramos hermanos, como si el bien del otro fuera más importante al nuestro y anteponerlo a nuestras propias necesidades; pero, en vez de eso, el ser humano es egoísta y la primera posición la ocupa el “yo”.

          Deberíamos de aprender más de Onika y pensar si de verdad estamos haciendo las cosas bien en el mundo, darles menos importancia a los problemas y disfrutar de los pequeños momentos que nos rodean, porque sin ellos nunca seríamos felices. ¿Alguna vez llegaste a intentarlo?

 

Sandra Ortega Rodríguez. 

 curso 2014-2015.