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“Nadie como tú”, de La Oreja de Van Gogh (2003)

 

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Carmen Molina Muñoz

 

La palabra “amor” parece haber invadido nuestra sociedad. Celebraciones como San Valentín, que designan un día en el que tiene uno que darse cuenta de que ama a la otra persona y es menester, de obligación, hacérselo saber, y cuyo objetivo real es meramente comercial y capitalista; anuncios de perfumes, cuyo olor nos hará capaces de conquistar los corazones que ansiamos; o novelas que nos presentan, o bien un amor en el que el sufrimiento es necesario y completamente normal, o bien un amor exacerbado en el que debemos entregarnos total y extensamente a la otra persona, abandonando toda individualidad.

El amor se nos presenta como algo global, al que todos debemos aspirar y desear por igual. Sin embargo, el amor es individual, propio de cada persona, y no debemos seguir los modelos estipulados por la sociedad de consumo y compra-venta, sino permitirnos vivir este sentimiento y sacar nuestras propias elucubraciones, producto de la meditación y la experiencia.

El concepto de amor no es simplemente “querer  mucho”; va más allá de las fronteras del entendimiento humano y lo que yo sea capaz de escribir no llegará a rozar los límites de este sentimiento.

En el amor se ven implicados dos seres. Estos no deben poseerse el uno al otro, sino prestarse mutuamente de manera voluntaria para juntar los caminos y forjar sobre estos vivencias inolvidables, que quizás, y solo quizás, podrán culminar en una misma meta en el final de nuestras vidas, si el camino no se bifurca antes. Si esto último ocurre no debemos apenarnos: el amor puede ser algo pasajero, con un comienzo que puede resultarnos arriesgado y aterrador, y un final impredecible que no tiene por qué ser feliz. Sin embargo, lo que verdaderamente lo hace especial y que merezca la pena  es el transcurso de vivencias con la persona elegida para caminar.

No debemos olvidar nunca que el amor no es la fusión de dos, la suma de “tú” mas “yo” para dar un “nosotros”, sino la emoción que sirve de enlace entre ambos pronombres para aportar un “tú y yo”. Cada persona es un mundo forjado sobre los cimientos de unas vivencias, los fantasmas de un pasado, y un presente, que va aumentando y modificándose cada día, en continuo cambio y devenir. El amor consiste en construir un puente que una ambos mundos y en donde puedan encontrarse, sumando las diferencias de ambos. Nunca debemos dejarnos absorber por la otra persona, olvidar quiénes somos realmente, abandonarnos, dejarnos cambiar y moldear, o hacer del amado únicamente nuestro universo. Debemos dar libertad al prójimo al mismo tiempo que ser correspondidos por una igual, para seguir mejorando y creciendo particular y conjuntamente. No nos empeñemos en encontrar una media naranja y focalizar nuestra atención en ella, formemos equipos capaces de sobrepasar obstáculos antes insuperables.

Es con la persona amada con la que decidimos compartir nuestras penas, tristezas, malestares, sueños e incluso ilusiones (“Nadie como tú es capaz de compartir/ mis penas, mi tristeza, mis ganas de vivir”); con quien esperamos ser capaces de mermar nuestros miedos, inseguridades (“Tienes la virtud de hacerme olvidar/ el miedo que me da mirar la oscuridad”); quien nos aportan su paz y tranquilidad en nuestros momentos más turbios (“Tienes ese don de dar tranquilidad/ de saber escuchar, de envolverme en paz”); y con el que establecemos un lazo especial de entendimiento y comprensión (“En silencio y sin cruzar una palabra / solamente una mirada es suficiente para hablar”).

La otra persona nos ofrece todo lo que tiene, nosotros le daríamos incluso lo que nos falta. Porque el verdadero amor, además de buscar la felicidad propia, ansía la del prójimo, ofreciéndole nuestra ayuda, atención, silencio, respetando sus decisiones si no nos agradan o sus elecciones si nos excluyen. El amor es también respeto, una continua entrega dentro de los límites de uno mismo, sin perder nuestra integridad y teniendo claro que este es, al fin y al cabo, un equipo de uno más uno formado para alcanzar la felicidad.

Carmen Molina Muñoz

curso 2016-2017