CEREMONIA DE GRADUACIÓN 2012-13
DISCURSO DE D. JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ NÚÑEZ
–en representación del PROFESORADO del IES Alba Longa-
Armilla, 3 de Junio de 2013.
Cuando estos días de tráfago, propios de fin de curso, el director, Juan José, y el Jefe de Actividades Extraescolares, Juan Carlos, me invitaron y ofrecieron el honor de dirigir unas palabras de despedida a los alumnos de 2º de Bachillerato en la Ceremonia de Graduación, en especial por mi condición de profesor que también se despide al acceder a la jubilación y, dado el estado sobrevenido en que me encuentro, saltando de alegría e intentando dar a luz con gemidos de corazón, lo que no se puede decir con palabras, no podía ni me apetecía negarme, sino más bien todo lo contrario: me comenzó a escarabajear el ánimo acicateándome los deseos de contaros mi propia experiencia y ofreceros, por si a alguien le pudiera servir para algo, un pequeño tesoro, aquel que ha dado mucho sentido a mi vida:
Comienzo con el recuerdo:
La variedad de profesores de que gocé en el Instituto “Virgen de la Caridad” de mi pueblo, Loja, donde estudié el bachillerato elemental, fue extraordinaria. Después de que “el tiempo me haya pasado como higo”, al decir de Góngora, aquel conjunto de personas se han convertido en el primer centón de hombres y mujeres maduros, al margen de la familia, padres, tíos y abuelos, que tuve la suerte de encontrar y conocer en la vida. Que estuvieran varios años y tantos días ante mí, hora a hora, observados en cada momento y movimiento, como puntos de atención, interés o aburrimiento y sin poder zafarme de ellos; algunos con su prepotencia, que me volvían crítico y malicioso; otros, los más, con su sabiduría y gracejo, que despertaban en mí el interés y la fascinación; otros, con su torpeza y desgana, me enervaban; y algunos con su particular y maravilloso encanto, me seducían. La necesidad de acercarme a cada uno de ellos, muchas veces sin dificultad y venciendo mi timidez de adolescente; el misterio que rodeaba sus vidas el resto del tiempo que no ejecutaban su representación ante nosotros; y, además, la alternancia de todos aquellos personajes, uno tras otro, en el mismo escenario, con similares objetivos y con sus particulares personalidades, fácilmente comparables: Don Gaspar, el mogollón de Latín; la ininteligible Doña Concha de Matemáticas, Doña Carmen, “la señorita del pavo”, sevillana que nos daba Geografía; el soberbio Don Luís, de Física y Química, …. (es necesario precisar que entonces todos eran “don”), se convirtieron en la primera y mejor escuela de caracteres para el conocimiento del género humano.
Años después he podido analizar gran parte de mi vida en función de cuales y cuantos de aquellos profesores he vuelto a encontrar metamorfoseados en otras personas y con otros nombres; a qué gentes he amado porque se parecían a aquella hermosa y fascinante profesora de Historia, a la que llamábamos “Pichirichi” y de la que tan ardiente, adolescente y platónicamente estuve enamorado; de cuantos otros huí y me aparté porque me recordaban al “Asomaillo”, aquel insufrible catedrático de Dibujo tan orgulloso y poseído de sí, que llegué a detestar profundamente. ¿Cuántas decisiones he tomado a lo largo de los años a causa de aquel remoto afecto o rechazo? ¿Qué habría sido de mí o qué hubiera podido hacer en tal ocasión sin aquella pasada y maravillosa experiencia?
En realidad, a la inicial tipología infantil, propia de la enseñanza primaria, con que se organizan y ejemplifican los vicios y virtudes de los seres del orbe, basada en los animales de las fábulas: el poderoso rey león, el zorro astuto y sagaz, el lobo artero y feroz, la hiena taimada y burlona o la cobarde gallina, y que tan eficaz nos sigue resultando a lo largo de nuestra vida, se superpone, en la umbral adolescencia y durante la Enseñanza Secundaria y el Bachillerato, otra nueva clasificación: la de los profesores, ese primer conjunto de personalidades a las que tan bien podemos observar, analizar y caricaturizar; a quienes en cada grupo algunos alumnos saben imitar maravillosamente y para los que logramos encontrar tan ajustados motes/retratos, en los que quedan sabiamente resumidos y compendiados, a veces con tanta malicia.
Recordándolos ahora, me asombro y me siento perplejo ante su heterogeneidad, su riqueza y la profusa peculiaridad de aquel grupo tan variopinto de potentes personalidades. Como era su pretensión y objetivo, lograron que aprendiera mucho de ellos, incluso de aquellos más temidos por sus caracteres rotundos y definidos, como “La Galera”, cuyo apellido se mutó en mote, porque nos veíamos, pobres analfabetos ignorantes, transformados en esclavos galeotes condenados a escuchar sus doctas clases de Literatura, o a otros a quienes rechazaba, como “La Pestosa”, delicada profesora de Idiomas, cuyo exquisito perfume francés no estaba hecho ni era comprendido por nuestras bastas pituitarias de zagalones pueblerinos; o el “Hornillón”, de Matemáticas, de quien no alcancé a entender ni un ápice de su abstracto y perfecto saber numérico por mi pertinaz incapacidad para las Ciencias. Hoy, cuarenta años después, siento una enorme gratitud hacia todos ellos, incluso hacia aquellos de los que no logré recibir o acumular saber alguno, pues también éstos me enseñaron en negativo, desarrollando mi capacidad crítica o mi rebeldía idealista y juvenil, de manera que todos ellos han quedado indeleble y nítidamente grabados en mi memoria, como la primera tipología esencial de personas y, por eso, la más preclara de la enorme variedad de seres humanos que el mundo me ha llevado a conocer por los múltiples vericuetos y caminos que nos hace hoyar la vida.
Y eso espero y deseo, que vosotros también hayáis tenido tanta suerte como yo, que los profesores y maestros del Instituto “Alba Longa” hayamos logrado enseñaros tanto como pretendíamos, durante los seis años que habéis estado con nosotros, y seamos tan peculiares, variados y diferentes como fueron mis “profes” de Loja, hace ya cuatro décadas.
Y para acabar, aquí va el tesoro que prometí ofreceros, ese saber en que se podría resumir mi aprendizaje:
De los filósofos y pensadores que en el mundo han sido, a lo largo de numerosas lecturas y estudios he llegado a entender que la mente humana tiene por naturaleza deseo de saber, pues todo acto de pensamiento es vida. Es más, el deseo de vida no tiene fin, como tampoco el afán de conocerse y superarse. Así pues, la vida es un continuo deseo de trascenderse, de ir más allá, de perfeccionarse, ansiedad vital que los griegos denominaban “epectasis” y que resumieron en las dos sentencias que colocaron en el frontón del templo de Apolo en Delfos para compendiar en ellas todo el saber logrado en muchos siglos de reflexión.
Traducidas al latín dicen:
–Nosce te ipsum, o lo que es los mismo “Conócete a ti mismo”, y
–Ne quid nimis, que significa “Nada en demasía”.
Lo que intento deciros es que en cualquier lugar donde estéis, en la profesión o arte a que os dediquéis o en la actividad que desempeñéis, siempre debéis aspirar en ella a la perfección, que no consiste sino en superar el punto que se ha logrado, proyectándoos al más allá, a la posibilidad infinita que cada persona posee en potencia, la “steresis”, según la denomina Aristóteles. Desde hace varios cursos a cuantos habéis sido alumnos míos os la he trasmitido, y ahora os la recuerdo antes de que os marchéis hacia otras vidas por vivir y otros lugares por descubrir. La máxima dice así: La búsqueda de la perfección consiste en hacer de lo malo, bueno, y de lo bueno, mejor, para ir de gloria en gloria, camino de perfección. Y como una serpiente que se muerde la cola, símbolo del tiempo infinito, unimos la última palabra con la primera: …porque la búsqueda de la perfección consiste en hacer de lo malo, bueno,… y lo repetimos sin fin.
Ahora que nos marchamos y que raramente volveremos a pasear y a vernos por los trillados pasillos o a entrar en las luminosas aunque cansinas cuatro paredes de las aulas de nuestro Centro, para desarrollar los inacabables y agobiantes temarios, ahora que habéis adquirido los conocimientos y la titulación que os hace tan felices y tanto envanece a vuestros padres y tutores, superando la vergüenza que siempre produce el desvelar lo íntimo del querer y amparado en el olvido, me atrevo a despediros recordándoos que sois una parte tan esencial e importante en nuestras vidas de profesores, cuanto los somos nosotros en las vuestras de alumnos, y que, sobre todo debéis recordad que os queremos,
¡¡No podéis imaginar cuanto os queremos!!
¡¡Y cuanto os recordaremos !!
Un abrazo y mucha suerte. Hasta siempre.
José Antonio González Núñez