Crónicas desde el Estadio: Jornada 23
Amor con espinas
14/02/2015: Undécimo encuentro de Liga del Granada CF en su estadio. RESULTADO: 0-0
Sábado, 14 de febrero de 2015, Día de San Valentín; asistimos al encuentro entre el GRANADA C.F. contra 11 apellidos vascos (en realidad solo fueron seis: Iraizoz, Balenziaga, Susaeta Gurpegi, Aduriz, y Muniain), y no es ninguna broma: empatamos a cero de nuevo.
Ya lo decía Mecano en el último LP de su carrera, “Aidalai” (1992), la tristeza es connatural al amor, “porque amar es el empiece / de la palabra amargura”. Este día glorioso de la emoción por la que el mundo ha dado siempre, inexplicablemente, vueltas y más vueltas, tenía que traernos lo que durante toda esta temporada venimos en exclusiva a experimentar repetidamente en el estadio “Nuevo Los Cármenes”. Amamos los colores y, al parecer, eso sólo produce que en cada encuentro sintamos una y otra vez tristeza.
El amor habitual, el de andar por casa, según opinión de Plutarco de Queronea (46 d. C.-120 d. C), se sabe que es real y verdadero cuando sentimos nostalgia por la ausencia del ser amado. En este sentido es verdad el amor que aplicamos al equipo de nuestra devoción: los seguidores en cada partido que se juega en casa sufrimos nostalgia por la desaparición de aquel Granada luchador y victorioso, que se crecía en la adversidad y demostraba con trabajo y entusiasmo que podía marcar goles con que enamorar a la afición. Acudimos a cada partido con esa esperanza: recuperar aquellas tardes maravillosas, como resuena en su himno (“hay que luchar para ganar”) en las que el conjunto albigranate supo imponerse en el resultado y conquistó para siempre todo nuestro respeto y admiración.
Sin embargo, actualmente parece que estamos encadenados jornada tras jornada al eterno empate, como Prometeo en la roca del monte Cáucaso, dejándose despedazar las entrañas por el buitre carroñero enviado por Zeus; y dependemos siempre, como en los patios de colegio, del azar, de un balón suelto, y nunca de capacidades y méritos propios. Hemos cambiado de Entrenador y casi de Plantilla, aireando el banquillo a ver si era cuestión de ventilar opciones cerradas. Nada. El fútbol granadino sigue siendo albur, trazo y trozo de fortuna más mal que bien repartida, aunque el reparto perjudique indiscriminadamente por igual al local o al visitante. La prensa de los leones bilbaínos se queja de la poca garra de su equipo, de su dentadura maltrecha, teniendo en frente en el circo a los cristianos granadinos, los últimos de la fila, dispuestos a ser merendados. Pero no. Ser la cola del león no significa en esta Competición de las Constelaciones Estelares ser los perdedores: somos, sin comparación con nadie, los “empatadores”. Por méritos propios. Especialistas del 0-0, del no gol, frente a los goles de los demás. Así se cae en la rutina del amor, así se baja a Segunda si no le ponemos remedio.
El partido fue muy igualado. En la Primera parte tuvimos mayor porcentaje de posesión de balón, y en la Segunda el control del juego fue de los bilbaínos. Incluso el defecto que siempre hemos achacado a los nuestros de no saber jugar con uno más, lo sufrió el equipo vasco cuando el árbitro expulsó al defensa local Insúa. Hubo balones al palo por uno y otro bando, paradas meritorias de los porteros y mucho tiro sin rumbo, pero la sensación siempre la misma: no hay centrocampistas creadores de ocasiones, no hay auténticos pasadores que habiliten a los delanteros la consumación de la jugada bajo el premio del gol. El esférico va de la defensa a los que están en la línea de ataque, no se conduce, no se desnivela por habilidad, regate o envío al hueco de la la zaga contraria. La impresión es la misma que intentar cortar un filete de carne cruda con una cuchara. Decepcionante.
Pero como dice la canción de Tina Turner, “WE DON´T NEED ANOTHER HERO”, (“No necesitamos otro héroe”), no necesitamos otro entrenador inmolado, sacrificado por la Directiva para complacer a un graderío hambriento de resultados. Hoy por hoy estamos ya metidos hasta las trancas en “las ruinas”, “en los restos” de serie de la Primera División, habitamos “la Cúpula del Trueno”, un lugar donde “no se puede cometer esta vez los mismos errores” que con el anterior entrenador. Estamos hablando de los chavales, las nuevas generaciones, que tienen que verse en el fútbol que hacen sus mayores. La canción es muy contundente al respecto:
“Somos los niños, / la última generación, / somos los que dejas atrás. / No necesitamos otro héroe, / no necesitamos saber el camino a casa, / todo lo que queremos es vivir más allá de “la cúpula del trueno“. / Y yo pregunto: cuándo vamos a cambiar, / vivimos con miedo de que no quede nada. / Buscando algo / en lo que podemos creer, / tiene que haber algo mejor… / El amor y la compasión, / su día está llegando, / todo lo demás son castillos en el aire. / ¿Qué hacemos con nuestras vidas, / dejamos sólo una huella / brillará nuestra historia como la vida, / acabará en la oscuridad, / tienes que dar todo o nada.”
No podemos aceptar que no haya nadie con talento en la plantilla, que sepa hacer el oficio de creador de juego, de desequilibrante, de pasador. Lass pareció hace tres partidos llamado a ocupar ese puesto; sin embargo, contra el Bilbao se fue diluyendo como el azúcar, desapareciendo en la nube de la mediocridad de sus compañeros. Piti parecía cansado, de blandiblú, le pesaban las caderas, y disparaba a puerta sin convicción. Del resto, mucha carrera sin propósito: correr detrás de un balón no sirve de nada si luego no se controla, no se supera al contrario y no se crea la ocasión de gol.
En fin, un espectáculo poco espectacular. El amor a los colores, frustrado una u otra vez en el césped, va degenerando en rutina, apatía, indiferencia, como una inexorable evolución de la decadencia de la relación. Si la cosa sigue así, en Segunda División no van a tener quien los quiera en el Estadio, por mucho 14 de febrero que coincida en la celebración.
El amor necesita también para reforzarse de mucha alegría, no sólo de penas. La metáfora de Mecano en “Una rosa es una rosa”, es que, lo mismo que una rosa tiene espinas, que pinchan y causan daño al cogerla, también una rosa es una flor preciosa, de suaves y bonitos pétalos de dulce fragancia, sensaciones todas muy gratas a los sentidos, y que nos atrae una y otra vez a su disfrute. Esa es precisamente la manera que suele también tener el amor para enredarnos, con sus inalcanzables cielos y sus vertiginosas angustias. Quien es seguidor del Granada C.F., sabe lo que digo.
Antonio Andino Sánchez