Crónicas desde el Estadio: Jornada 25
Volar es para pájaros
28/02/2015: Duodécimo encuentro de Liga del Granada CF en su estadio. RESULTADO: 1-3
Dedicado a mis alumnos del Barcelona de 1º Bach. B
Después de la frustrante derrota del Levante-Granada (2-1), entramos al Nuevo Los Cármenes a vernos las caras con el Barcelona (“más que un”) C. F. en una jornada muy nacionalista también, la de nuestro 28F, Día de Andalucía.
Sorprendió que no estuviera desplegada en el Gol Sur la gigantesca pancarta de cuando la visita del Real Madrid; aquella que decía “AMAMOS A NUESTRO EQUIPO POR LOS COLORES, NO POR LOS MILLONES”. Según el parecer de esa parte del graderío, al Club que actualmente está siendo investigado por fraude a Hacienda en el contrato de Neymar JR, no se le puede hacer el mismo reproche. ¿Será porque toda la plantilla culé juega gratis, por amor al bello arte del balompié? ¿O sus contratos especialmente tienen unos precios económica y fiscalmente asequibles para sus socios? ¿O decidida y sencillamente es que es el único equipo ubicado en la piel de toro ibérica hecho de espléndidos deportistas escogidos de diferentes partes del mundo sin ánimo de lucro? El caso es que la apreciación y el aprecio que les dispensó el Gol Sur, fue diametralmente opuesto al que recibió el Real Madrid.
Otro aspecto, quizás atribuible a las nuevas maneras implantadas desde el desgraciado suceso de los seguidores del Depor y el Atlético de Madrid, pero que nadie echó en absoluto de menos, fue que, al ser sustituido el tarrasense Xavi, como otrora lo fuese el malagueño Isco, toda voz enfundada en camisetas negras del sur del campo no se puso a clamar “catalanes, hijos de…”, como hicieron contra la madre de todos los aficionados que aplaudieron a nuestro compatriota andaluz y compañero del barcelonista en la Selección Nacional de Del Bosque, gritando “madridistas, hijos de…” Progresamos en educación, y eso es bueno.
La verdad es que sabíamos que el partido era difícil. Y en los asientos la Directiva nos había dejado la Revista Oficial del Club, GCF, con un titular parecido a cierto consuelo funerario: “¡MUCHO ÁNIMO!” En efecto, había que echar mucho valor para enfrentarse los segundos del final de la Tabla contra los segundos del principio. ¡Ahí es nada!
Sin embargo, el fútbol tiene algo parecido a la propia vida de la que se nutre e irradia: iguala a todos con sus imperfecciones y con sus aciertos, con sus meandros y secarrales, con sus cimas de fresca brisa y con sus cuevas de roca dura. Como ocurre en el texto de la canción “VOLAR ES PARA PÁJAROS”, del LP “De paso” (1975), del fallecido cantautor madrileño Hilario Camacho, tal cual la vida misma, siempre nos ha maravillado la magia del deporte rey: nunca hay rival pequeño; lo que eres o dicen que eres tienes que demostrarlo cada uno de los 90 minutos de juego. El Granada en este partido quería seguir “volando” en Primera División y decirle a todo el mundo “que aún es posible la vida” en esta categoría. Y, en verdad, nuestro equipo nos dio alas para soñar y alzar el vuelo durante casi todo el encuentro o, al menos, a sentirnos orgullosos de su esfuerzo.
Cubiertos por una equipación amarilla (el color gafe para el mundo del espectáculo desde que el comediógrafo francés Moliere murió un 17 de febrero de 1673 vestido así, en medio de un ataque de tos sanguinolenta, cuando representaba en escena su propia obra, “El enfermo imaginario”) los barcelonistas hicieron un partido feo y poco vistoso, enclaustrados en su medio campo con el balón en plan Gollum (del “Señor de los Anillos”), que acariciaban una y otra vez diciendo con la mirada torva y desvaída “¡mi tesoooro!”. Su intención no era otra que pillar al rival desprevenido al menor descuido y, encima, figurar a la postre en la estadística final con un mayor porcentaje de dominio de balón, domado y empesebrado. Sin embargo, el control del terreno de juego era de los albigranates, que una y otra vez martilleaban la línea de centro de campo, estrechando espacios y anulándola por completo. La escuadra granadina funcionaba con una maquinaria de producción en serie: ahogaba al contrario, le inhabilitaba la salida, le entorpecía el juego, lo arrinconaba en su área, le robaba el balón y lo volvía a perder. Aquel 4-4-2 de Caparrós incesante, tricotoso y percutiente recuperaba el sendero trillado durante tantos partidos y tomaba cuerpo extendiéndose por todo el césped. Claro que a la vez que brotaba la pauta archiconocida de frenar al rival, aparecía también, unido al mismo ADN de Iturra y Compañía, la impotencia realizadora, a la que estos jugadores tienen ya desgraciadamente acostumbrados a los aficionados (dicho sea todo en honor a la verdad y a la justicia, sin faltar un ápice al tono épico que su actuación exhibía). Pues, es ley natural que, cuando no se tienen miembros, estos no pueden crecer espontáneamente y por sorpresa. No obstante, al equipo visitante se le “parlava” (= cat. ”hablaba”) de tú a tú y con un idioma inteligente y serio, cargado de intenciones. En fútbol nada se regala, y si los de Luís Enrique querían ser, como siempre, superiores a todos y en todo, tenían que demostrarlo ahora otra vez más en la portería defendida por Oier.
Los jugadores de amarillo, en cambio, sólo eran capaces de hacer uso de estrategias, trazos y trazas sobre el papel que pretendían siempre la misma artimaña: coger desprevenida a la zaga local. A decir verdad, todo su fútbol era un puro engaño, una trampa para elefantes. Jugaban en la línea defensiva con falsos laterales, que en realidad eran extremos instalados a perpetuidad en campo ajeno, siempre buscando las espaldas por el lado opuesto donde se encontraba el balón. Lo hacía posible la incorporación constante en el núcleo de la defensa de los centrocampistas titulares Mascherano y Xavi, este un poco más adelantado, desplazándose Bartra y Mathieu, los dos centrales originales, hacia las bandas, como auténticos y operativos defensas laterales. Por eso el mediocampo catalán era “Rakitico”, o sea, de Rakitik en exclusiva, que en realidad no organizaba, sino que funcionaba también de falso mediocentro para proyectarse desde atrás en todos los rechaces como un auténtico delantero camuflado [así consiguió el primer gol para su Club].
No había, pues, distribución de juego, elaboración de jugada, avance con el balón de color azulgrana o, mismamente, amarillento. Los culés usaban y abusaban de la técnica de experimentados pasadores de envíos largos. Los puntas Neymar y Messi y el delantero centro oficial Suárez eran todos, según le llegara mejor o peor el balón, extremos o delanteros-centro, alternativamente; porque cada uno hacía la guerra libre, autónomo y por su cuenta (Suárez, tomándose muy a pecho el sentido literal del término “guerra”).
En este particular asombraba ver a Messi yendo a su bola, con un sistema de cuentakilómetros curioso tanto en el encendido electrónico como en el apagado automático. Pues, cuando se apagaba el termostato, tardaba en volver a prender a no ser que recibiera directamente el estímulo del balón cercano a sus pies.
Después de cada intervención la imagen de cómo paseaba retrocediendo hasta las líneas amigas con pasitos pequeños, sin prisa, en descarado fuera de juego y sin importarle que por su parsimonia pudiera inhabilitarse cualquier jugada sobrevenida de contraataque de sus compañeros, ha quedado impresa en la retina de muchos granadinos. Iba y venía por el césped totalmente a lo suyo, cosa que a veces coincidía que le venía bien y por casualidad redundaba en beneficio de todo su equipo; pero si no le interesaba en un momento dado correr por un balón, daba la impresión de que le daba igual. Sólo estaba pendiente de sí mismo, en plan narcisista y contemplativo. Al ser abucheado en dos remates fallidos seguidos a puerta, pareció quedarse obnubilado hasta el punto de desperdiciar dos pases de sus compañeros en los que, estando solo, el balón tropezó en su pierna y cayó fuera de banda indolentemente, sin hacer absolutamente nada por evitarlo, como si estuviera dándole vueltas y no terminara de comprender todavía los abucheos y pitidos del público en las jugadas anteriores. No es de extrañar que la prensa lo tache tantas veces de apático, de ir con el motor siempre en ralentí, de no sentir ni padecer los colores de su camiseta, sea enfundada por contrato laboral, o sea la albiceleste, de la que se supone que debería sentir como auténtica piel, por su patria de nacimiento. Eso sí, cuando le llega el balón se encienden todas las luces de su cerebro y sus pies ya no lo sueltan si no es para tirar a puerta o habilitar un pase a alguien mejor situado.
Causa envidia, de la sana, contemplar a Neymar, Suárez y Messi correr con el esférico sin miedo, seguros de que lo tienen atado a los cordones de sus botas y pueden desequilibrar a la defensa contraria hasta hacerla enloquecer. Con la mitad de uno de ellos el Granada hubiera tenido alas suficientes para haber ganado este partido…
El primer gol, de Rakitik, vino en la Primera Parte a fallo de un mal despeje de un defensor granadino. Como no se produjo por acierto del rival, el gol en contra no mermó la moral de los nuestros. El equipo seguía ilusionado. ¡Lástima que, en una jugada facturada como autónomo, el uruguayo Suárez pusiese el 0-2 para los visitantes! Pero ni aún así terminó de quebrarse la voluntad de la escuadra albigranate, que parecía sacada de la película de los 300 espartanos que se enfrentaron solos al macroejercito desplazado por el rey persa Jerjes para conquistar Grecia.
Todo ello obtuvo su fruto en un lance en el área del Barça con un penalti a favor del Granada, que el público celebró como agua de mayo. Fran Rico volvió a poner a la afición con los pelos como escarpias lanzándolo a un alfiler de la punta de los dedos del portero barcelonista, que se mostró todo el encuentro Bravo con mayúsculas, haciendo siempre honor a su nombre.
Tras la concesión del penalti, cada vez que se acercaban los delanteros visitantes a puerta, todo el graderío enmudecía y se paralizaba. Los comentarios en voz alta eran que, en el momento en que un defensa granadino respirase un poco más fuerte de lo normal, nos iba a caer un penalti compensatorio a favor del Barça. La diferencia en el marcador era mínima, igual que la confianza hacia la ecuanimidad del árbitro. Se mascaba la tragedia. De hecho se cumplió cuando Messi en evidente y vistoso fuera de juego termina metiendo el gol de la victoria, 1-3, que no reflejaba para nada el partido del que habíamos sido testigos. Naturalmente se comprendíó que no fuera anulado por el juez del encuentro. Quedaban todavía 20 minutos para el final, pero la sensación del público era que habíamos llegado finalmente a lo inevitable. Nuestra expedición a las alturas del cielo terminaba finalmente y una vez más en el duro suelo de la derrota.
Lo mismo cuenta la canción de Hilario Camacho, que ilustra muy bien esas ansias ingenuas y positivas de vivir, de superar los obstáculos, de mirar al cielo y saltar con unas ganas tremendas de volar, que apretaba al Granada C.F. al principio y durante todo el encuentro hasta agotar los 90 minutos. Pero, como su desenlace explica, todo al final se convierte en fruto de una alucinación, de un sueño proyectado, en el que por un momento hemos creído y hemos querido que lo imposible cristalizase a fuerza de mover apasionadamente las alas de nuestros deseos. Y así, el resultado final nos lleva a que esa mirada al cielo desplegando nuestras alas termine abriéndose en caída libre e irreparable hacia el suelo, hacia los últimos puestos de la Tabla.
Porque, por mucho que queramos, “Volar es para pájaros”. De momento otro resultado negativo nos ha vuelto a cortar las alas y nos lanza con violencia una vez más hacia el descenso. Menos mal que lo mismo que la vida, el fútbol es fútbol, que se regenera y se reinterpreta constantemente y, como decía el coro de la tragedia de Sófocles, Edipo Rey, “en verdad no llaméis nunca feliz a nadie hasta que no vea llegado su último día.” Todavía quedan jornadas pendientes. Confiemos en la recuperación. Mientras haya Liga, hay esperanza. ¡MUCHO ÁNIMO!
Antonio Andino Sánchez