Un “Kuros” sobre el tejado del templo
Dedicado a MANUEL CABALLERO HOYO.
Profesor de Matemáticas del I.E.S. ALBA LONGA (1990-2011)
Cuando dirijo la vista hacia Manolo, lo descubro sentado sobre la cornisa y entre las imágenes del frontón que adornan el templo de Apolo en Delfos, descansando en aquel olímpico lugar, junto a las máximas donde los sabios griegos decidieron compendiar el legado sapiencial de su cultura: “Conócete a ti mismo” y “Nada en demasía”.
Su estampa de Kuros, ya algo más atemperada, pues no en balde celebramos la jubilación, le ha permitido regalarnos a lo largo de los años con su perfil clásico. El rostro con barba puntiaguda, nariz aguileña, ojos almendrados y mirada impasible, el talle enhiesto, y reposado en “contraposto”, junto a un carácter equilibrado y juicioso, le han hecho pura encarnación de la areté o virtud de casta y tradición, la misma que refleja su apellido: “Caballero”, preclaro espejo de la nobleza, generosidad, gentileza y porte connaturales al señor. Así se entiende porqué, esté donde esté, siempre le encontramos rodeado de una corte de amantísimas admiradoras y fieles y entregados amigos, que despierta la envidia en quienes no poseen aquellos dones celestiales.
También le adorna la práctica de una acendrada moderación, el “justo medio”, que los griegos llamaban “sofrosine”. Manolo, matemático por vocación, es pausado lógico y sosegado buscador del acuerdo, desde la más nimia disidencia a la más áspera discusión y siempre sabe encontrar el punto de acercamiento con el que logra encantar, calmar y contentar a cualquier interlocutor.
Pero si la “sofrosine” le vuelve un seductor, la “Kalokagazía” le lanza a la búsqueda del polifacetismo, con que completa el ideal del “aristos”. Frente a la especialización de nuestros días y huyendo a ratos, cada vez mayores, de la racionalidad numérica con que supo preparar y educó a tantas generaciones de alumnos, se vuelve hacia el recóndito interior de su sí mismo, buscando conocerse en los rincones apartados de su ser más profundo; tales búsquedas le dan aventura por varios senderos, entre ellos los del flamenco, arte mágica del vuelo a la que profesa una afición no por tardía menos intensa.
Pero es en su entrega a la lírica, en su batallar con las sílabas y rimas de los sonetos donde desgrana más las penas que las alegrías de su vivir cotidiano, haciendo visible a través de la palabra poética el carácter musical de su alma. Manolo ha entendido que la vida solo adquiere profundidad si es concebida con espíritu simbólico, y en sus versos el mundo visible se metamorfosea en símbolo del invisible. La realidad invisible le proyecta hacia la libertad de espíritu, y lo que con él crea, en oficio de tinieblas, al instante adquiere la mayor realidad, pues ésta, sea la que fuere, queda transfigurada por su dimensión poética, en el ancla que afianza aquel corcho perdido que, en su último soneto, flotaba en remolino.
¡Qué las musas te sean propicias y las visitas angélicas inunden tus días jubilosos!
José Antonio González Núñez