Crónicas desde el Estadio: Jornada 30
Así estamos…
08/04/2015: Decimoquinto encuentro de Liga del Granada CF en su estadio. RESULTADO: 1-1
Después del castigo del 9-1 del Real Madrid en el Santiago Bernabéu, acudir al Estadio Nuevo Los Cármenes un miércoles a las 22:00 horas suponía un sobreesfuerzo logístico, moral y mental, una mezcla de sensaciones nada gratas. La jornada anterior había dejado un equipo vapuleado con una muy pobre imagen de sí mismo. La autoestima, que se fabrica día a día mirándose y reflejándose en el espejo de los demás, dejaba al Granada C.F. a un nivel preocupante. El abismo a la espalda, el enemigo, en frente, empujando, ninguneando, rompiendo los galones, el respeto y el mérito de formar parte de la Primera División. Malos augurios. El temperamento quedaba muy tocado por la abultada goleada infligida.
Ahora en la Jornada 30, la decimoquinta en casa, el graderío mostraba una desconfianza absoluta sobre los recursos de jugadores y entrenador: ¿sabrían afrontar la batalla contra un Celta, que se había mostrado mucho más peleón en su encuentro, también perdido, contra el Barcelona C.F. (0-1)? Los dos equipos son modestos, habían sido vencidos por los dos grandes de la Liga Española. Pero estaba claro que con un sabor de la derrota distinto en los labios de cada uno al saltar al césped deportivo de la ciudad de la Alhambra.
Como suele pasar tras un fracaso, los jugadores albigranates salieron con rabia, con esa fuerza extra prestada que proporciona la dignidad soliviantada, el amor propio herido. No hubieran podido soportar ante su público otro escenario, en el que se hubiera puesto en duda su competencia deportiva.
Fue precisamente ese entusiasmo el que les hizo buscar puerta y encontrarla a los 3 minutos con el gol de Robert Ibáñez. La oportunidad brotó de una asistencia de Piti, un centro al área. El balón se resistió en un primer disparo, que rebotó sobre las rodillas del portero celta, pero el jugador granadino volvió a insistir, logrando que el esférico encontrara finalmente el fondo de la red.
El público, que conoce muy bien, a través de los poros de la piel, la mentalidad de sus jugadores, de inmediato empezó a pedir el final del partido. “Ea, vámonos. Árbitro, pita ya el final, que ya no tenemos nada que hacer aquí”. Sabiduría popular.
En efecto, todo lo que aconteció desde ese instante afortunado del gol conseguido, lo escribió el Celta con sus botas, su empuje, su dominio y sus creaciones de peligro. El Granada se limitó a especular con el resultado, como aquel que se pone un saco en la cabeza para no ver por dónde le vienen los golpes y se limita a encomendarse a que no le asesten uno que sea mortal y definitivo. Así no se puede jugar, así no se puede ganar. Está comprobado.
Para poner las cosas todavía más contundentemente amenazadoras, el defensa Jeison Murillo, en el minuto 42º de la Primera Parte era expulsado por acumulación de dos tarjetas amarillas, recibidas de manera casi seguida.
Un desastre para la única estrategia que tenía el equipo, contener y frenar todas las tuberías rotas por donde desaguaba el Celta cada vez que ponía el balón en el área local.
La defensa numantina o desquiciadamente desesperada (que es el sentido que tiene este calificativo que recuerda a la Numancia celtíbera, acosada y tomada a sangre y fuego por los romanos), la ausencia de jugadas prediseñadas de ataque, la inocuidad del balón enviado al delantero siempre huérfano de apoyos, sea el marroquí Youssef El-Arabi o el colombiano Jhon Córdoba, que siempre les pillaba de espaldas a la portería, eran las únicas propuestas del equipo nazarí. Enfrente, los del Celta, haciendo de “romanos”, utilizando mil maneras de sortear y buscar la espalda de los defensores.
Va ya siendo una tradición, una maldita tradición, que en el tiempo de descuento el partido termine llevándoselo el equipo visitante. Como si los jugadores del Granada estuvieran programados para jugar exactamente 90 minutos, y se desenchufasen nada más cumplirse la aguja del cronómetro. Todo el esfuerzo, todo el teatro de calambres que visiblemente agarrotaba al guardameta Roberto y a varios compañeros que le siguieron la pantomima para echar minutos fuera del campo, como si se tratase de una gloriosa gesta con prórroga añadida de la final de cualquier Mundial, no sirvió para nada.
Al final la cicatería no tuvo recompensa, y la musa “o diosa” Fortuna de nuevo ayudó a los audaces, que recogieron, a falta ya de un minuto para el descuento, el balón de la portería de Roberto con hambre febril y matadora de intentar meter otro gol antes de que terminara el encuentro, que les diese no el empate (poquita cosa), sino la victoria, el único y auténtico objetivo para el que se vestían de corto e iban tras el balón por todo el campo. Esa es la actitud que le gustaría a la afición que tuviera también el equipo local, que hasta ahora nunca hemos visto. Lo que al principio de la Temporada era “jugar a no perder”, ahora se ha convertido como una caricatura en “jugar a no ganar”. ¡Horrible!
La lluvia se unió a la catástrofe deportiva: un empate, otro empate que sabía a amarga derrota, a menos puntos, a más peligro a caernos de la “Tabla”, que ya no es “de Clasificación”, sino “de Salvación”.
Cuando el árbitro pitó el final del encuentro, Iturra, representante de la impotencia y la decadencia a la que la plantilla ha llevado al equipo, fue a recriminarle que no hubiera terminado el partido antes, ganándose merecidamente una tarjeta amarilla tan absurda como el juego que habían desplegado todo el tiempo. ¿Qué esperaba conseguir? Los estados de ánimo estaban ya rotos.
El desfile bajo la lluvia hacia el vestuario era patético.
Todo el personal deportivo adscrito al Granada C.F., directivos, técnicos, futbolistas y utilleros, junto con los millares de personas que abandonaban el graderío, rezumaban toda una amplia gama de calificativos, precisamente con los que Joaquín Sabina describe su canción “ASÍ ESTOY YO SIN TI”. Así estábamos todos: SIN LA VICTORIA, que tanta falta nos hacía.
En sus caras se pintaban las imágenes de la letra tremendista del tema que abre el quinto trabajo que sacó a la luz el cantautor de Úbeda denominado HOTEL, DULCE HOTEL (1987): “Extraños como un pato en el Manzanares”, “torpes como un suicida sin vocación”, “absurdos como un belga por soleares”, “vacíos como una isla sin Robinson”, “oscuros como un túnel sin tren expreso”, “negros como los ángeles de Machín”, “febriles como la carta de amor de un preso”, así estaban todos, así estaban: más tristes que un torero al otro lado del telón de acero”, así estaban, así estaban sin la victoria, que desgraciadamente están acostumbrando a que ya ni venga ni se la espere…
Antonio Andino Sánchez