Crónicas desde el Estadio: Jornada 36
Reconciliación
Aristóteles colocó la Música como una de las artes que debe aprender todo buen ciudadano. Ser sensible a los acordes matemáticamente melodiosos venía a ser una especie de ampliación provechosa y sensata de las habitaciones bien amuebladas del espíritu. Lo cierto es que la Música llega más allá de un territorio donde la palabra se queda corta. Actúa sobre los sentimientos y el inconsciente aportando claridad, certeza, emoción neta.
A-há, en español “¡AJÁ!”, nombre que significa internacionalmente en casi todas las lenguas lo mismo que “¡EUREKA!”, en señal de “descubrimiento de algo positivo”, es también el nombre del grupo noruego que publicó en 1985 en su álbum Hunting High and Low (“De cacería arriba y abajo”) el tema TAKE ON ME (“Acéptame”) que, jugando con las imágenes del subconsciente con las que opera la música, describía la incomprensión en un momento dado de una relación donde “se sigue hablando aunque no se sabe qué se debe decir, pero de todas maneras se sigue en lo suyo de seguir hablando”. Justo ese fue el mismo diálogo que el equipo de jugadores del Granada desarrolló con su afición explicándose con el único lenguaje que todo el mundo sabría entender muy bien: en el campo, sobre el césped del Nuevo Estadio Los Cármenes.
Lo mismo que en el texto musical, el enfrentamiento contra el Córdoba era “otro día más” en el que el graderío contenía el aliento ante la incertidumbre del resultado. Sin embargo, el grupo de futbolistas albigranates se ofreció con plena entrega, como si rogase con su actitud en el campo que lo aceptaran tal como son, con su ambición de balón y con su humilde buen hacer ante el respetable.
Después de ésta quedarán apenas ya dos jornadas (“dos días” dice la canción) para el resultado decisivo de la permanencia, pero el conjunto nazarí demostraba ante los presentes que “seguía caminando, aprendiendo” con su ahora nuevo entrenador, un santo el hombre (San-Doval) por hacerse cargo de tamaña responsabilidad ante la afición en tan pésimas circunstancias y con tan poco margen de error.
Sin embargo, desde el graderío se observaba un distinto trato entre el nuevo Mister y sus hasta ahora inaprovechables pupilos. Caparrós era un obseso del trabajo, de la regla, y sus objetivos tácticos amedrentaban y ataban de pies y manos toda espontanteidad de los jugadores a su cargo. Abel era una roca, fría distante, un corifeo trágico de emociones tensas, disgustado, serio, incómodo. Para “el hermano de Caín” el fútbol es un mal rato hasta que acaba, como los toros para las esposas de los toreros.
Pero Sandoval parecía otra cosa. Se le notaba química con el equipo, cordialidad, empatía, y dejaba que cada cual se luciera a su manera, a su amor, a su saber hacer. Y eso se veía en el campo. Los futbolistas disfrutaban con el balón o sin balón, con las combinaciones y con los pases, con el regate y con el disparo a puerta. A los hechos nos remitimos:
Lass y Rochina jugaron de película. Crearon ocasiones y espectáculo. No tuvieron el premio del gol, pero en el caso del número 23 provocó el penalti que dio el 2-0 de la victoria final. Mainz era nuestro Sergio Ramos o vuestro Piqué, que para gusto los colores: un delantero centro encubierto en los córners o en las faltas que amenazaba con su estatura y buen tino la portería del equipo visitante. Así nos regaló el 1-0. Además se movía sobre el campo como un defensa seguro, compacto, todo un líder de la zaga granadina.
También han vuelto a resurgir los jugadores de principio de temporada: Roberto, incontestable en su demarcación defendiendo la red, Babín, un muro de hormigón que tapaba todo intento de insurgencia atacante, y El Arabi, un delantero incisivo con electricidad y picardía, que ahora se le veía por primera vez enchufado al grupo a gusto consigo mismo y con la afición. El lanzamiento del penalti fue una muestra de ese disfrute y desparpajo ante lo que para cualquiera sería una grave responsabilidad: colocó el balón y pausadamente se situó en el lado derecho del esférico, como si fuera a lanzarlo con la zurda. Así se lo hizo ver al portero cordobés, que tomó posesión de los palos bajo esa creencia. No obstante, cuando iniciaba la carrerilla El-Arabi cambiaba de dirección lateralmente y golpeaba con la pierna derecha engañando totalmente al guardameta visitante con un disparo duro, certero y demoledor contra el ángulo superior izquierdo.
Todo el partido fue un festival de satisfacciones para el público, que superaba las cifras de asistencia acostumbradas. El Córdoba venía con un probado curriculum de desaciertos: era el último de la Tabla. Hubo dos expulsiones de la escuadra visitante: la primera antes de que se produjeran los goles del equipo local; la segunda, sin consecuencias ya en el marcador, quizás por el respeto gremial al honor del rival ya caído. Además, se concedió el penalti ya comentado y se marcaron 2 goles sin encajar ninguno en contra. Un gozo pleno para todos.
Pero el éxito, si hay que buscar sus raíces, se debe a lo que tantas veces hemos invocado desde estas modestas líneas: a la personalidad de los jugadores, al aprovechamiento de los recursos propios que cada uno aporta al conjunto, a su saber hacer. Por primera vez los hemos visto entonados, satisfechos con sus habilidades balompédicas, firmes en defensa, sabios y bien administrados en el centro del campo y resolutivos en el ataque, infiltrándose por las bandas para crear nuevas y diversas ocasiones de gol. En esto Lass y Rochina destaparon el frasco de sus esencias. Y El Arabi se mostró sin complejos como un delantero astuto, al acecho, rápido y con picardía, tanta que no suele colocarse por delante del defensa sino por detrás, lo que hace desesperar a parte del público porque solo le llegan los balones bajo el semifallo del contrario, nunca limpios y directos del compañero. Pero es su juego, es su estilo. Y hace daño también de esa manera.
En fin, la canción que entonaban los jugadores granadinos en el campo era la misma que el “TAKE ON ME” de A-há. Pedían que los aceptáramos cómo son: espontáneos, talentosos, con amor de balón. Les gusta el fútbol, por eso se dedicaron a este deporte convirtiéndolo en profesión. Y verlos disfrutar es un espectáculo espléndido. No podemos por menos que aceptarlos así. Defienden los colores de nuestro Granada. Y nos ofrecen su mejor momento ahora, cuando más nos hace falta. Muy pronto veremos el desenlace de su esfuerzo.
Antonio Andino Sánchez.