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Cervantes: actitud y manejo de las fuentes grecolatinas

 

Pancarta conmemorativa colocada en el Vestíbulo del Centro.

Pancarta conmemorativa colocada en el Vestíbulo del Centro.

Con motivo del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes la REVISTA TUTÁBULA del Ies Alba Longa de Armilla ofrece a sus lectores “Cervantes: actitud y manejo de las fuentes grecolatinas”, Comunicación presentada en el V CONGRESO ANDALUZ DE ESTUDIOS CLÁSICOS: “El legado clásico en Andalucía”, celebrado en octubre de 2006 en Cádiz, y publicada posteriormente en el libro BAETICA RENASCENS, volumen II (págs. 757-768), editada por la Federación Andaluza de Estudios Clásicos, Instituto de Estudios Humanísticos y Grupo Editorial 33, ya en el año 2014. El trabajo forma parte de los estudios preliminares de la tesis doctoral de Antonio Andino Sánchez, Las fuentes grecolatinas en el Quijote, con la que obtuvo en 2008 la titulación de Doctor en Filología Clásica. Ilustran el texto los carteles realizados por el alumnado, dirigidos por las profesoras del Dpto. de Lengua y Literatura Española, que adornan escaleras y accesos a las aulas del Centro.

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Ya en la solución que el amigo da en el Prólogo para ultimar con éxito los detalles exigidos a toda obra literaria al uso, sale a la luz de manera consciente el estrecho vínculo que liga toda creación nueva a la tradición. Y llama la atención la posición decididamente refractaria de Cervantes a admitir deuda alguna con cualquier tipo de fuentes, fueran bíblicas o clásicas, portadoras unas de doctrina y otras de erudición, respectivamente.

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La primera excusa presentada es por incompetencia a la hora de saber utilizarlas:

«Porque, ¿cómo  queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo  legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como  ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes[1]

La segunda excusa apela a la ignorancia de haberlas usado o no:

«De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, […].»[2]

La tercera excusa es la novedad del tema, que hace que nadie haya escrito antes sobre el contenido que se presenta:

«Cuanto más, que si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le faltan, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón.»[3]

Finalmente, confiesa que no las ha tenido en cuenta por su escasa formación académica, así como por la propia pereza y desdén de tener que hacer acopio de algo que no necesita:

«[…] yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos.»[4]

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Sin embargo, tales argumentos y recusaciones encuentran su inmediata correspondencia en la literatura clásica de Grecia y Roma.

NaturalishistoriaEn efecto, la presentación de la obra como ausente de toda erudición, excusa primera, es un tópico literario empleado por Plinio el Viejo: [5]

«[Esta obra] Ha sido escrita para el humilde vulgo, para la masa de campesinos, de obreros, en fin, para desocupados de estudios.»[6]

Y unas líneas más abajo en el mismo autor:[7]

«Además, existe también cierta recusación pública de los eruditos. La utiliza precisamente Marco Tulio, situado más allá de toda aleatoriedad del talento y, cosa que nos maravilla, la defiende a través de su condición de abogado: No es para los muy doctos. No quiero que lea esto Manio Persio, quiero a Junio Congio.»[8]

Con la segunda excusa, para no tener que poner el listado de autores que ha seguido, Cervantes no sólo contesta a la moda de la época,[9] sino rechaza de plano uno de los aspectos fundamentales que se recogen también en el Prefacio de la Historia Natural de Plinio el Viejo: [10]

«Tendrás una prueba de este interés visceral mío en que en estos volúmenes he anexado previamente los nombres de mis fuentes. Pues, según pienso, es un detalle positivo y lleno de un pudor sencillo confesar a través de quiénes has sacado provecho, no como ha hecho la mayoría de los que he tocado. Pues debes saber que confrontando autores he descubierto que los antiguos han sido copiados sin haber sido nombrados por los más respetables de los modernos […].»

En la tercera, en cambio, respecto a que no haya autoridades que hayan tratado el mismo asunto, existe una coincidencia plena con el mismo original latino:[11]

«Se cuenta en ellos [los libros de la Historia Natural] la naturaleza de las cosas, esto es, la vida, y ésta en la parte más insignificante de ella y de muchísimos temas, o con términos rústicos o extranjeros, es más, incluso teniendo que poner vocablos bárbaros con una aclaración de su valor. Además, el camino es por una vía no frecuentada por los autores y por donde el espíritu no apetece transitar. No hay nadie entre los nuestros que haya intentado lo mismo, nadie entre los Griegos que haya tratado él solo todos estos temas.»

O, de modo más altivo, en Horacio:[12]

«Silenciad las lenguas; canciones jamás

escuchadas, en mi condición de sacerdote de las Musas,

entono para las vírgenes y los jóvenes.»

Y la última excusa denota una modestia achacada a un carácter débil, que puede igualmente contemplarse también en Horacio. Cervantes sólo cambia a los dioses por la Naturaleza:[13]

«Los dioses hicieron bien en crearme de ingenio

estéril y apocado, hablando poco y rara vez.»

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Aunque es Plinio el Viejo[14] nuevamente quien a todas luces se muestra como fuente de referencia cuando el escritor ante su interlocutor aduce una modestia excusada por un ingenio muy mediano, ligado al tema árido y seco, objeto de la obra:

«En efecto, a mi temeridad se ha sumado esto también, el haberme dedicado estos libros de una ejecución tan endeble. Pues ni están a la altura de cierto ingenio, que por otra parte en nosotros era muy mediocre, ni admiten digresiones, o discursos y diálogos, o acontecimientos maravillosos y sucesos variados, cosas graciosas de contar o gustosas para los lectores, por ser una materia estéril.»

Por todo ello no es de extrañar que, llevada por una interpretación literal de las manifestaciones del Prólogo, sin cotejo con los textos originales grecolatinos, la crítica desde Tamayo de Vargas (1624) llegara a tratar al autor del Quijote como “ingenio lego”, de genio inconsciente, sin apenas formación en los estudios clásicos. Sin embargo, como hemos podido probar con las correspondientes fuentes asociadas, detrás de la aparente actitud desdeñosa existe un uso reflexivo, instruido, de la materia y elementos literarios del Mundo Antiguo que la desmiente por completo.[15] Sirva de botón de muestra el recuento de las referencias que asoman en el mismo preámbulo de la Primera Parte. El resultado es el siguiente:

1. Foto y Título de Portada (Boceto)

Foto de la portada de la tesis doctoral “Las fuentes grecolatinas en el Quijote”, Don Quijote en Sierra Morena. Obra de Víctor de los Ríos. Universidad de León. PHOTO: Antonio Andino Benjumea.

1º) Aparecen mencionados de manera directa 13 nombres de la Antigüedad Griega y Romana: «Aristóteles» (dos veces), «Platón», «Xenofonte», «Zoilo»,[16] «Zeuxis»,[17] «Horacio», «Catón»,[18] «Ovidio»,[19] «Homero”,[20] «Virgilio»,[21] «Julio César», «Plutarco», y «Cicerón»; 2º) y de modo genérico: a) «toda la caterva de filósofos», b) «sentencias y latines (que vos sepáis de memoria)», c) «sentencias de filósofos», d) «fábulas de poetas» y e) «oraciones de retóricos»; 3º) así como ciencias rescatadas de la Antigüedad: [«gramático»] = Gramática, [«cosmógrafo»] = Cosmografía, [«puntualidades de la verdad»] = Lógica; Astrología, [«medidas geométricas»] = Geometría; y Retórica; 4º) títulos de obras: Comentarios (de Julio César); 5º) citas literales: a) errando a voluntad el nombre del autor al que se la atribuye («[…] no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad  y cautiverio: Non bene pro toto libertas venditur auro.[22] Y luego, en el margen, citar a Horacio o a quien lo dijo.»), b) omitiendo al autor («Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con: Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,/regumque turres.»)[23], c) equivocando intencionadamente la autoría de la cita («Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico: Donec eris felix, multos numerabis amicos./ Tempora si fuerint nubila, solus eris.»)[24]; 6º) personalidades memorables: «Caco»,[25] «Medea»,[26] «Calipso»,[27] «Circe»,[28] Alejandro Magno[29] [«mil Alejandros»]. 7º) A ello se suma el uso más o menos encubierto de tópicos literarios de resonancias clásicas:

1) Apelación al Otiosus lector[30] («Desocupado lector»). 2) Libro como hijo del autor[31]  («la historia de un hijo seco»). 3) El “mito de la caverna”[32] o el encierro en la cárcel como metáfora de los años oscuros larvando la obra en espera de la redención de pena a través del éxito literario[33] («como quien se engendró en una cárcel»). 4) Teoría de la generación[34] («cada cosa engendra su semejante»). 5) Complacencia del padre con los defectos del hijo[35] y amor como causa de ceguera para poder verlos[36] («Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas»). 6) Distinción del carácter sacro o profano de la Literatura[37] («como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva[38] de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes?»). 7) El locus amoenus como espacio propicio para la inspiración[39] («El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento»). 8) La preocupación sobre el largo periodo sin publicar[40] («—Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido.»). 9) El horror vacui aristotélico[41] («—Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión»). 10) La extinción de la fama “sepultada” en el olvido[42] («que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha»). 11) Requisito del juicio imparcial de un amigo para animarse a publicar[43] («entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido»). 12) Los consejos sobre hacer acopio de autores clásicos de prestigiosa lectura[44] («si de –mujeres- crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros»). 13) Alusión a las arenas auríferas del Tajo[45] («Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y vereisos luego con otra famosa anotación, poniendo: “El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro”, etc»). 14) La afirmación de que la retórica comprende también la refutación de argumentos[46] («la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica»). 15) Consejos literarios del amigo: sobre la imitación como pauta creativa, elección de las palabras, configuración sintáctica y claridad conceptual. El escritor no debe caer en el exceso/defecto de intrincar y oscurecer los conceptos[47] («Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. […] Y […] procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos»). 16) Denuncia de los disparates imposibles e invenciones inverosímiles[48]  («deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías»). 17) Aplicación de la fórmula latina de despedida («Vale»).[49]

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Así pues, y sólo trayendo a colación ejemplos del Prólogo de la Primera Parte, queda perfectamente evidenciada la contradicción entre la actitud que demuestra Cervantes respecto a las fuentes clásicas, y el manejo que en verdad hace de ellas.

Este desdén consciente, casi beligerante, por las fuentes grecolatinas, a pesar de su continuo uso, denota una cierta preocupación (incluso podíamos llamarla obsesión) a la hora de afrontar nuestro autor su influencia en el quehacer literario. El tono irónico del amigo del Prólogo así lo delata; pues, después de citar un dístico en latín, apostilla:

«Y con estos latinicos, y otros tales, os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.»[50]

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La vanidad y presunción por tener un conocimiento académico y profundo de los clásicos en lengua original es denunciada en otros pasajes tanto del Quijote como del resto de sus obras. Es una posición que puede interpretarse de modo divergente: o bien, reivindicativa, en apoyo de la literatura en lengua vernácula; o bien, restrictiva, por no haber culminado su formación con estudios superiores y ser consciente de su limitación en ese terreno respecto a amigos y/o competidores en la tarea literaria.[51] Esta última posibilidad, más o menos confesa, puede vislumbrarse en los Versos Preliminares que dirige al libro Urganda la Desconocida:[52]

«Pues al cielo no le plu-

que salieses tan ladi-

como el negro Juan Lati-,

hablar latines rehú-.»

El consejo parece revelar de manera palmaria que entre los dones del autor no estaba el dominio de la lengua del Tíber. Claro que carecer de toda una formación completa no impide alcanzar cierto conocimiento básico o medio, suficiente para apreciar el valor y uso de lo clásico y tachar de excesiva erudición todo lo que suponga superar la barrera infranqueable de las propias limitaciones. Puede que sea desde esa situación intermedia del saber, de donde salga continua y contradictoriamente la admiración y el aparente desaire del autor del Quijote hacia los recursos de la tradición grecolatina.

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“Don Quijote y Sancho Panza cabalgan de nuevo en el IES Alba Longa”. Siluetas realizadas por el alumnado del Centro bajo la dirección y colaboración de los Departamentos implicados de Lengua y Literatura Española, Dibujo y Tecnología. PHOTO: Autor del artículo.

 

Un ejemplo entre tantos[53] de este transitar continuo y semioculto de Cervantes hacia el conocimiento -unas veces- y la negación -las más- de las lenguas clásicas, es el análisis etimológico que hace en el Coloquio de perros el locuaz Cipión de la palabra “filosofía” en sus dos términos constituyentes:

«Con brevedad te la diré. Este nombre se compone de dos nombres griegos, que son filos y sofía; filos quiere decir amor, y sofía, la ciencia; así que filosofía significa ‘amor de la ciencia’, y filósofo, ‘amador de la ciencia’.»[54]

Sin embargo, tanto el Prólogo como los Versos Preliminares de la Primera Parte del Quijote, es decir, lo atribuible a representar la voz directa del propio Cervantes, parecen que van en la línea opuesta. La explicación es la que toda la crítica reconoce: están escritos en tono de parodia, en clave de ironía. Esta ironía, como se han ocupado en señalar muchos especialistas, obedecía al propósito de atacar la pedante moda de poner citas de escritores clásicos para dar una aureola de autoridad erudita a la obra presentada, y reafirmar así la originalidad de su obra. Pero también le servía, frente a la presión de la censura eclesiástica de la época, para liberarla de la polémica en torno a los libros de ocio y esparcimiento[55], y así mantener el suyo a salvo de las exigencias moralizantes de la visión contrarreformista respecto la sospechosa frivolidad del arte pagano.[56]

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“Episodio de los molinos de viento”. Siluetas realizadas por el alumnado del Centro bajo la dirección y colaboración de los Departamentos implicados de Lengua y Literatura Española, Dibujo y Tecnología. PHOTO: Autor del artículo.

 

Por otra parte, la reivindicación de una literatura romance nueva, de la que el propio Cervantes, como hombre renacentista, se siente protagonista, lo lleva ideológicamente también a tomar una postura de cierto distanciamiento respecto a las lenguas clásicas. Esta perspectiva renuente hacia la tradición grecolatina, que le lleva a declararse ante el amigo del Prólogo “incapaz de seguir sus patrones”, no es, por supuesto, aislada en el Quijote, sino que aparece también en Coloquio de los perros, donde se afea el hecho de que «tanto peca el que dice latines delante de quien los ignora, como el que los dice ignorándolos». Es más, no queda a salvo de ser mentecato y asno nadie por saber la lengua de Rómulo, pues «cuando en tiempo de los romanos hablaban todos latín, como lengua materna suya, algún majadero habría entre ellos, a quien no escusaría el hablar latín dejar de ser necio».[57]  Cervantes pone freno de este modo a aquellos que habían exagerado el valor del saber humanista más allá de lo oportuno.

Igualmente, el apoyo a la lengua vernácula puede seguirse cuando en el escrutinio de la librería del insigne manchego Cervantes pone en boca del cura:

«[…] si aquí le hallo (el Orlando, de Ariosto), y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.»[58]

En efecto, se trasluce la máxima renacentista de Lorenzo Valla, “traduttore, traditore” en las palabras inapelables del cura:

«[…] todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento[59]

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Don Quijote y Sancho Panza vistos por Pablo Picasso (1955).

Otro tanto mantiene, aun de modo más combativo, en el episodio del caballero del Verde Gabán de la 2ª Parte.  Entonces, D. Quijote aboga por el desplazamiento de la literatura grecolatina en favor de las literaturas romances, por la razón de que «el grande Homero no escribió en latín, porque era griego; ni Virgilio escribió en griego, porque era latino». Así que «si todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos», es obvio que deba extenderse la costumbre de apreciar más las literaturas nacionales y que no se desestime «el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya».[60]

Capítulos antes, el propio don Quijote había desautorizado a los clásicos como árbitros impecables de escribir con exactitud y veracidad, aclarando que «no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero».[61]

Como queda dicho, la deuda con el mundo clásico es un tema recurrente y bastante reflexionado por parte de Cervantes. No es de extrañar el desarrollo de esta diatriba en una época en la que poco a poco iba imponiéndose la lengua vulgar sobre la latina en todas las áreas del saber. Así, al menos, lo propugnó antes Nebrija, cuando afirmaba la autonomía y dignidad de las lenguas modernas teniendo por conveniente emplear la enseñanza de la materna; o Pedro Simón Abril,  profesor de Humanidades Clásicas y Filosofía, que en su Apuntamiento de cómo se deben reformar las doctrinas recalaba en la misma idea expuesta por Cervantes:

«Es pues un grave error en la retórica enseñalla en lenguas peregrinas, y no en la vulgar de cada nación. Porque, pues se ha de ejercitar con el pueblo, conviene enseñalla y aprendella en la lengua que se trata y comunica con el pueblo, y con las lenguas latina ni griega ya no se trata con ningún pueblo, pues ningún pueblo las usa. Y así vemos que los griegos usaron la retórica griega para tratar con el pueblo griego, y los latinos de latina para con el latín; y así debe hacerse siempre con las lenguas populares.»

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Don Quijote de la Mancha, pieza del escultor Sergio Martínez (1980) en La Habana (Cuba).

 

Así pues, la actitud de Cervantes hacia la tradición clásica hay que enmarcarla en un contexto histórico en el que las literaturas griega y latina son un referente neto y de primer orden. Pero aun sirviendo de modelos, tanto formal como significativamente, están subordinadas al uso que se pretenda dar a la nuevas literaturas nacionales. Por eso sus tesoros corrieron la misma suerte que los brillantes mármoles abandonados en los restos arquitectónicos de la Roma Imperial: de las obras literarias de la Antigüedad se extrajeron los patrones estéticos para forjar los grandes monumentos de las nuevas lenguas romances, las modernas construcciones del ingenio y del talento humano. Pero el edificio ya es otro; al menos, tiene el orgullo y la soberbia de querer presentarse con una identidad propia, nacional y, aunque sólo sea en apariencia y, en realidad, se hayan empleado los mismos materiales en su elaboración, ajena a las raíces comunes grecolatinas.

De ahí que, aunque se desdiga una y mil veces, la actitud de Cervantes, naturalmente, no supone el abandono del manejo de tales fuentes, aunque sí la posibilidad abierta de hacerlo a su antojo, como técnica literaria añadida. Así, mezcla y confunde a conciencia los contenidos y las alusiones grecolatinas adaptándolas a la situación o al perfil del personaje que las emplea. Con tal procedimiento enriquece no sólo de modo directo la relación con el lector convencional, apenas ocupado en el deleite y comprensión del texto oportuno, sino también, de manera oblicua o sesgada, la complicidad con el lector culto, capaz de una sonrisa a cambio de tan ingenioso y erudito despliegue de artilugios narrativos. [62]

260pxHoracio1Es por lo que a Cervantes no le importa tomar a las claras o “a las oscuras” los argumentos y utensilios que le ofrece el manantial procedente de Grecia y de Roma. Se siente respaldado por la autoridad de Horacio, faro del preceptismo humanista y otrora artífice y mentor del trasvase de las letras helenas a las romanas. Pues el vate latino,  no sólo había aconsejado hacerlo respecto a la lengua clásica de su época, el griego[63],  y con los autores precedentes de lengua latina[64], sino que lo llevó a la práctica como un ejercicio propio y necesario de la Literatura Nacional, que pretendió también él mismo en su día instaurar. Así lo manifestó en su Arte Poética:[65]             

«estuvo permitido y siempre lo estará

producir moneda estampada con cuño actual

A lo largo del siglo de Oro español, desde Gracilaso de la Vega, allá donde se iba instalando un modelo en lengua vernácula, se desalojaba al modelo en lengua clásica, prefiriéndose la magistral copia al genuino original. Ello explica perfectamente el orgullo de Cervantes en 1613, en el cap. IV del Viaje al Parnaso al proclamar: «Yo he abierto en mis Novelas un camino / por do la lengua castellana puede / mostrar con propiedad un desatino».[66]

Aclarada esta cuestión de identidad y orgullo nacional, muy oportuna,  y comprensible, por otro lado, respecto al entorno cultural y político de la época que le tocó vivir a Cervantes, podemos entender con un guiño de complicidad el alegato que el amigo o alter ego del autor del Prólogo refiere:

«Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si [a los autores clásicos] los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello.»[67]

Ahora, en nuestro tiempo, estamos seguros de la carga irónica de estas palabras, y de que el propio creador del Quijote las decía orgulloso de todo lo contrario: de haber empleado toda una vida recopilando un conocimiento adquirido a lo largo de lecturas y estudio, y que tenía a disposición para volcarlo jugosamente en las andanzas del ingenioso caballero don Quijote.

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En el Prólogo de la Primera Parte con su humor solapado Cervantes estaba desvelándonos muy sutilmente las muchas horas de esfuerzo y dedicación que debió ocuparle el aprendizaje de aquellos autores y obras de la Antigüedad. Él, que no había podido realizar los estudios universitarios, con la condición simple de Bachiller y autodidacta, retaba a quien, «no yéndole nada en ello», quisiera averiguar si siguió o no la tradición literaria de Grecia y Roma, porque estaba seguro de que, aunque tuvieran que pasar cuatrocientos años, se demostraría su idoneidad y erudición en el manejo de las fuentes clásicas. Sin embargo, todo ello lo encubre con una aparente actitud esquiva o equívoca, con la modestia y rechazo que le brindaban, precisamente, sus modelos griegos y latinos.

En Cádiz, a 24 de octubre de 2006

Antonio Andino Sánchez

curso 2015-2016

Notas

[1] Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Ed. del Instituto Cervantes 1605-2005, dirigida por F. RICO, Barcelona, Galaxia Gütemberg-Círculo de Lectores, 2004, 2 vols. (p. 12).

[2] Ibidem.

[3] Cervantes, Don Quijote… (p. 18).

[4] Cervantes, Don Quijote… (p. 13).

[5] Plin. nat. Praef. 6: humili vulgo scripta sunt, agricolarum, opificum turbae, denique studiorum otiosis.

[6] Trad. Antonio Andino Sánchez.

[7] Plin. nat. Praef. 7: praeterea est quaedam publica etiam eruditorum reiectio. utitur illa et M. Tullius extra omnem ingenii aleam positus et, quod miremur, per advocatum defenditur: nec doctissimis. Manium Persium haec legere nolo, Iunium Congium volo.

[8] Todas las traducciones de los textos latinos han sido realizadas por el autor de la presente Comunicación.

[9] Cf. Pedro Conde Parrado y Javier García Rodríguez, Ravisio Téxtor entre Cervantes y Lope de Vega: una hipótesis de interpretación y una coda teórica. Revista Electrónica de Estudios Filológicos, número IV -Univ. Valladolid- (noviembre 2002).

[10] Plin. nat. Praef. 21-22: argumentum huius stomachi mei habebis quod in his voluminibus auctorum nomina praetexui. est enim benignum, ut arbitror, et plenum ingenui pudoris fateri per quos profeceris, non ut plerique ex iis, quos attigi, fecerunt. scito enim conferentem auctores me deprehendisse a iuratissimis ex proximis veteres transcriptos ad verbum neque nominatos, […].

[11] Plin. nat. Praef. 13-14: rerum natura, hoc est vita, narratur, et haec sordidissima sui parte ac plurimarum rerum aut rusticis vocabulis aut externis, immo barbaris etiam, cum honoris praefatione ponendis. praeterea iter est non trita auctoribus via nec qua peregrinari animus expetat. nemo apud nos qui idem temptaverit, nemo apud Graecos, qui unus omnia ea tractaverit.

[12] Hor. carm. III, I, 2-4: Favete linguis; carmina non prius / audita Musarum sacerdos / virginibus puerisque canto.

[13] Hor. sat. I, 4  17-18: di bene fecerunt inopis me quodque pusilli /  finxerunt animi, raro et perpauca loquentis.

[14] Plin. nat. Praef. 12: Meae quidem temeritati accessit hoc quoque, quod levioris operae hos tibi dedicavi libellos. nam nec ingenii sunt capaces, quod alioqui in nobis perquam mediocre erat, neque admittunt excessus aut orationes sermonesve aut casus mirabiles vel eventus varios, iucunda dictu aut legentibus blanda sterili materia.

[15] La tesis contraria, propugnada por Americo Castro, “El pensamiento de Cervantes” (1925), obtiene mayor verosimilitud y compulsa desde nuestro punto de vista cuando entiende a Cervantes como un “Montaigne español”.

[16] Ov. rem. 366; Plin. nat. Praef. 28.

[17] Arist. poet.  XXV, 1461b; Plin. nat. XXXV, 36, 61-63. Luc. Zeux. passim.

[18] Lo hace equivocando la verdadera autoría de Ovidio Nasón o mezclándolo con versos del propio Catón sobre la inestabilidad de la fortuna respecto a los amigos (Cato, dist, I, 18). También otra clave que explica el motivo de su alusión subyace en Plin. nat. Praef. 30: non queo mihi temperare quo minus ad hoc pertinentia ipsa censorii Catonis verba ponam, ut appareat etiam Catoni de militari disciplina commentanti, qui sub Africano, immo vero et sub Hannibale didicisset militare et ne Africanum quidem ferre potuisset, qui imperator triumphum reportasset, paratos fuisse istos, qui obtrectatione alienae scientiae famam sibi aucupantur: Quid enim? ait in eo volumine, scio ego, quae scripta sunt si palam proferantur, multos fore qui vitiligent, sed ii potissimum, qui verae laudis expertes sunt. eorum ego orationes sivi praeterfluere. («No puedo reprimirme las ganas de poner unas palabras de Catón el Censor que vienen a propósito, para que se vea que incluso contra Catón cuando redactaba Sobre la disciplina militar, él , que había aprendido el arte militar con el Africano o, más bien, también con Aníbal, y que ni siquiera había podido aguantar al Africano, y que siendo general en jefe había conseguido la celebración de un “triunfo”, estuvieron prestos esos individuos que están al acecho de la fama a costa de criticar la sabiduría ajena. “¿Y qué”, dijo en ese libro, “yo sé que si lo que he escrito se lanza al público, habrá muchos que se enzarcen en polémicas, pero serán precisamente los que están carentes de verdadero mérito. Lo que digan éstos yo lo dejo correr”»).

[19] Lo cita por su Medea, a sabiendas de que era una obra perdida, parodiando un conocimiento erudito erróneo; o porque así de cruel se la conoce en  Cartas de las heroínas (Ov. epist. VI, 78-166; XII; XVII, 230-235).

[20]  Aludido de modo inverso a través de la mención de Zoilo, el Homeromastix, como poeta objeto de la envidia y maledicencia y, de modo directo, en calidad de poeta versado en encantadores y hechiceras como Calipso (Hom. Od., VII, 240-250).

[21] Verg. Aen. VII, 10-20.

[22] Aesop. (a través de Romulus Anglicus) Aesopicae, 33 –De cane et lupo- (Perry 346).

[23] Hor. carm. I, IV, 13-14.

[24] Ov. trist. I, IX, 5-6.

[25] Verg. Aen. VIII, 190 ss,  Liv. I, 7, 3 s. y Ov. fast. I, 543 ss V 643 s.; VI, 79 ss, entre otros.

[26] Ov. met. VII, 1-452.

[27] Hom. Od. V, 13-281; VII, 243-266.

[28] Verg. Aen. VII, 20 ss., 191 ss., 282 ss.

[29] Plu. Alex.

[30] Quint. inst. IV, 2, 45. También en Plin. nat. Praef. 6.

[31] Ov. trist. I, 1 y Pont. I, 1, 1-4; I, 1, 21-22. Como hija del ingenio es presentada también la obra en Plin. nat. Praef., 1.

[32] Pl. R. VII, 514 a -517c.

[33] Ov. Pont. I, 6, 27-38.

[34] Arist. Ph. I, 5, 188a; II, 1, 193a; GA. 767a36-767b7; 721a17-20; 724a3-7; HA. 585b29-32. Lucr. I 188-190; II, 707-710; Pl. Smp. 205e.

[35] Hor. sat. I  3, 43-53.

[36] Lucr. IV, 1149-1170; Ov. ars. II 653-666.

[37] Hor. ars. 391 – 399. Para F. Rico, op. cit., también puede ser aplicable el concepto derivándolo de la alusión al “vulgo profano” en carm. III, 1. Nosotros disentimos, y proponemos como fuente directa el primer texto, hasta ahora desapercibido para la crítica.

[38] Cf. Sall. Catil., 14.

[39] Hor.  epist. II, 2, 77 ss; Quint. inst.  X, III, 24; y Ov. trist. I, 39-46.

[40] Hor.  epist. II, 2, 81-86.

[41] Arist. Ph. IV, 6-9.

[42] Cic. rep. V, 25; Verg. Aen. II, 65.

[43] Hor. ars. 445-452.

[44] Cato, dist. Praef. 1-10.

[45] Plin. nat. IV, 22; Ov. met. II, 250-253; am. I, XV, 51-52.

[46] Arist. Rh. I, 1; Cic. orat, XXXII, 113-114.

[47] Hor. ars. 309-322; Quint. inst. IV, 2, 44.

[48] Hor. ars. 1-13.

[49] Cf. Séneca, Ep.

[50] Cervantes, Don Quijote… (p. 16).

[51] Tanto su amigo Barahona de Soto como su rival Lope de Vega poseían una vasta cultura clásica que le permitían leer directamente los textos originales de los grandes autores de la Antigüedad. Cf. Narciso Alonso Cortés, “Tres amigos de Cervantes”, Boletín de la Real Academia Española, 27 (1947–48), 143–175; Ignacio Bajona Oliveras, “La amistad de Cervantes con Pedro de Padilla”, Anales Cervantinos, 5 (1955–56), 231–241; y Juan Bautista Avalle-Arce, “Un banquero amigo de Cervantes”, Archivo Hispalense, 40 (1964), 209–214; y Aurelio Valladares Reguero, El poeta linarense Pedro de Padilla: estudio bio-bibliográfico y crítico (Jaén: Centro Asociado a la U.N.E.D. de Jaén, 1996), y José Lara Garrido, La poesía de Luís Barahona de Soto (Lírica y Épica del Manierismo). Málaga: Servicio de Publicaciones, Diputación Provincial, 1994.

[52] Cervantes, Don Quijote… (p. 23-24).

[53] Muestras del conocimiento de la lengua latina por parte don Quijote: Cervantes, Don Quijote… (Primera Parte, p. 225 y Segunda Parte, p. 699, 1146 y 1289).

[54] Miguel de Cervantes. Novelas Ejemplares. Edición a cargo de Jorge García López. Barcelona: Galaxia Gütemberg. Círculo de Lectores, 2005 (p. 569).

[55] Cf. Edward Baker, La biblioteca de D. Quijote. Madrid: Ed. Marcial Pons, 1997.

[56] La defensa más encendida de los libros de entretenimiento la escribe dos años antes de que se imprimiera la segunda parte del Quijote, en el Prólogo al Lector de las Novelas ejemplares: «Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra republica una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse sin daño de barras; digo sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan.» Cervantes. Novelas Ejemplares… (p. 18).

[57] Cervantes. Novelas Ejemplares… (p. 567).

[58] Cervantes, Don Quijote… (p. 87).

[59] Cervantes, Don Quijote… (p. 88).

[60] Cervantes, Don Quijote… (p. 826).

[61] Cervantes, Don Quijote… (p. 708).

[62] Otro tanto hace con el material narrativo proporcionado por los libros de caballerías. Sylvia Rouband, Los Libros de Caballerías, en la Introducción de Cervantes, Don Quijote… CXV-CXLIII: «La lectura cervantina de la caballeresca no fue enciclopédica ni ordenada, sino, como es natural en un escritor –y más en uno tan ajeno a toda ostentación erudita como sabemos que era Cervantes-, lectura libre, exploración caprichosa y desenvuelta, puesta al servicio de la creación personal.”(p. CXXX).

[63] Hor. ars. 268-269.

[64] Ibidem, 52-58.

[65] Ibidem, 58-59: licuit semperque licebit / signatum praesente nota producere nomen.

[66] Miguel de Cervantes, Obras Completas: Viaje al Parnaso. Recopilación, Estudio Preliminar, Prólogos y Notas por Angel Valbuena Prat. Madrid: Ed. Aguilar, (15ª ed) 1967 (p. 81).

[67] Cervantes, Don Quijote… (p. 18).