“Escritura Automática” [Introspección en clase de Psicología]
Ni siquiera sé cómo empezar. Mi mente es un nudo gordiano.
Quizás se trate del poco, poquísimo tiempo que este curso me deja para mí. Que aunque el nombre matriculado y el garabateado en la esquina superior derecha del presente folio coincidan, ese no soy yo. Nada de eso lo hago por mí, lo hago por el resto. Ese resto comprende desde los profesores que enseñan con el método casero que el tiempo libre es un animal en peligro de extinción, que hay que ayudar a su entera aniquilación, y cuya ejecución es impoluta; también comprende ese resto la sistematización mental a la que estamos (obligados a) acostumbrados, porque sin ir a sentarse para obcecarse seis horas con una pizarra en continuo devenir no valgo nada y no tengo estudios, bastante entrecomillados. ¿Qué estudios? Los que sean. Aunque se haya olvidado lo aprendido días atrás. Aprender. Es curioso la de giros que dan los vocablos últimamente. Memorizar-vomitar-borrar es el nuevo aprendizaje. La sabiduría se cuenta por números de calificaciones y no por calidad del conocimiento.
Me pregunto si Platón habría medrado hoy en día con sus teorías epistemológicas, o si entre café y RedBull llevaría ya atrasados nueve comentarios de texto. No, diez, que acaba de pasar un minuto y la tarea es acumulativa: va subiendo como la levadura. Con suerte le cae en el examen el único tema que le dio tiempo a estudiarse y le toca comentar a Platón. Le gusta ese nombre, su cuerpo no le acompleja. Se pregunta si ese hombre habría filosofado tanto en vez de mirar tanto al reloj, que se echa unas carreras. Sócrates al menos era comprensivo y no le hacía selectividad. ¿Por qué ahora sí? Agradeció haber nacido en la Hélade con esclavos cuidándole. Se dijo no volver a beber tanto vino, le entraban unas pesadillas horrorosas.
Puede que en esta asignatura aprenda algo. Desde luego, no estoy en disposición alguna de firmar un contrato prometiendo nada. Prometer. Firmar. Cómo evoluciona un garabato a un compromiso vitalicio de fidelidad, el papel imperando sobre el hombre. ὁ ἄνθρωπος ἀνθρώπῳ ἄνθρωπος: “el hombre es un hombre para el hombre”. ¿Quiénes somos ante tal rúbrica? ¿Cuánto poder tiene? Es inconmensurable. Coja el estilógrafo con algo de párkinson y ya significa mucho más que todas las palabras de amor que esté dispuesto a gritar a los cuatro vientos en toda su vida.
Queda en entredicho nuestro poder. Hay entidades por encima de nuestra cabeza; como ejemplo, un numerito con los años que aún nos quedan de vida, o un garabato asegurando una lanza pendular y oscilante sobre la coronilla.
Hasta el tiempo está en nuestra contra. Lo que inventamos nos odia, e incluso es el principal causante de que no pensemos. Pensar para qué, si cada vez hace menos falta. Cría cuervos.
Un espacio en blanco,
¿tendrá como finalidad ser relleno?
Acabo de reflexionar sobre su voluntad, y hemos acordado dejarlo tal cual. Confíe en mi palabra, por eso no he firmado nada. Ambos sabemos que ese espacio vacío dice mucho más que el Código Penal.
Ahora llego al final de la hoja, y noto cómo me he desviado del tema de psicología y he aprovechado para escribir letra tras letra, escupiendo ideas alejadas de cuanto se me pidió. Ya es tarde para rectificar, ya me he disculpado con usted. Llegado a este punto se acordará de lo que me pidió.
Este es un canto desesperado al ahora. Ahora y nunca más. ¿Cuánto dura? Cuánto, cuantificar, números… ¿Ve como tenía razón? Les hemos dado el poder de imperarnos. No soy persona. Este es un canto desesperado al canto mismo.
Alberto González Ramírez
curso 2016-2017