SÓLO LE PIDO A… ¿DIOS?, por Carmen Molina Muñoz
A la palabra Dios no podemos asociarle un mero significado concreto y establecido dentro de unos límites, porque el término Dios guarda una infinita extensión en sí mismo y es producto de las experiencias vitales, el dolor y la esperanza que cada individuo tiene a lo largo de su vida.
La naturaleza humana y los pensamientos están cargados de incertidumbres. A menudo, guiados por nuestra ansia de saber y de encontrar respuestas formulamos preguntas que pretendemos responder. Necesitamos de algo que nos asegure que nuestra vida tiene sentido, que nos muestre que el dolor es necesario, para que llegue la alegría -puesto que ambas existencias van ligadas la una a la otra (de lo contrario no existirían)-, que nos enseñe que no vivimos en una soledad caracterizada por la incomprensión y la impotencia.
El éxito de Dios fue mostrar a la población más afligida que este mundo inundado de dolor y agonía era un mero tránsito para un mundo mejor, que llegaría una vez cruzada la frontera de la muerte. Dios le mostró su propia salvación en el más allá e, incluso, la propia supervivencia en el mundo terrenal con los milagros de Jesús. La religión le proporcionó algo a lo que sujetarse cuando su mundo se encontrada en un huracán de tristeza, cuando la llegada de un mañana le era indiferente, y la esperanza había desaparecido de sus vidas. Dios era esa razón que cargaba de sentido su existencia. Todo ser humano necesita de algo en lo que creer, agarrarse y poder afirmar con una profunda certeza para no sentirse vacío como un mero cuerpo volátil. Dios es, en definitiva, un concepto con el que regulamos nuestro dolor y nos dota de esperanza.
Fue a partir del 1859, año de publicación del libro El origen de las especies de Charles Darwin cuando la ciencia desplazó a un segundo plano a la creencia religiosa. La teoría cristiana de que el hombre había sido creado por Dios se vio desmentida por el concepto de la evolución. A partir de este momento, fue surgiendo una “nueva secta” surgida del propio cristianismo y conocida como “ateísmo”, cuya base es la total intolerancia e incomprensión hacia lo divino y la ciega devoción por la ciencia, sus principios y las nuevas repuestas que nos proporcionan. Son, por tanto, el ateísmo y el cristianismo dos formas de fe que conviven en nuestros días. Es un hecho que nuestra sociedad actual es una mezcla de los valores del cristianismo, las aportaciones de la ciencia y la cultura pagana.
El valor de la igualdad cristiana se ha impuesto en el artículo primero de nuestra constitución: España es un Estado social y democrático basado en la libertad, la justicia y la igualdad. La libertad de pensamiento y creencia está representada sobre el papel, pero para poder garantizar que esta libertad sea la protagonista de nuestras vidas debe existir la tolerancia. La libertad no puede ejercerse sin respeto y, en nuestra sociedad, con las continuas disputas entre la fe católica y el ateísmo, y la infructuosa lucha librada por ambas para imponerse una a la otra, no se desarrolla en su máxima plenitud. No existe una creencia que sea más valida que otra, una que sea cierta y desmienta y desmonte a la anterior, porque cada creencia tiene un significado especial y único para cada individuo. Como nos enseñó Ortega “Yo soy yo y mis circunstancias”. Debemos aprender a respetar, escuchar y a practicar la tolerancia para poder residir en un Estado marcado por la divergencia de pensamientos en convivencia y sin efectuar la lucha del más fuerte. La permisividad de elucubraciones ajenas es algo que visiblemente aún no hemos aprendido.
En la canción de “Solo le pido a Dios”, de Mercedes Sosa y León Gieco (1982), vemos cómo se resume el concepto de Dios, un sanador del dolor y los males. (Sólo le pido a Dios/Que la guerra no me sea indiferente/Es un monstruo grande y pisa fuerte/Toda la pobre inocencia de la gente) Frente a la grave situación de una guerra, que arrasa en su transcurso con la felicidad de nuestros días, Dios nos ampara, nos entiende y nos apoya en todos los posibles destinos que nos puedan deparar. (Sólo le pido a Dios/Que el futuro no me sea indiferente /Desahuciado está el que tiene que marchar/A vivir una cultura diferente). Dios nos calma ante la injusticia y la impotencia de una guerra, en la que la suerte parece no estar de nuestra parte. (Sólo le pido a Dios/Que lo injusto no me sea indiferente/Que no me abofeteen la otra mejilla/Después que una garra me arañó esta suerte).
Sobre el texto podemos cambiar el término “Dios” por a la creencia que cada persona tenga y la letra seguiría reflejando el mismo significado; porque, en definitiva, el ser humano no es más que un cuerpo erguido por sus creencias.
Carmen Molina Muñoz
curso 2016-2017