TOLERANCIA, por Cristina Llorens Torralvo.
Tolerancia, esta palabra se suele utilizar para adornar cualquier discurso o hacer uso de ella con el fin de sentirnos orgullosos y mejores personas mientras decimos: “Yo soy tolerante”. ¿Pero en realidad eres tolerante?
Personalmente nunca me había planteado el concepto de tolerancia como para darme cuenta de que es muy difícil de alcanzar. De la misma forma, es difícil darnos cuenta de que no somos todo lo tolerantes que decimos ser, porque eso implicaría tener criterio propio sobre un tema determinado y ser capaz de aceptar la opinión de los demás por muy opuesta que sea respecto de la nuestra. Y, con total sinceridad, ponerlo en práctica es más complicado de lo que parece.
Desde la infancia nos intentan inculcar el respeto a la opinión del resto y que aprendamos a formar la nuestra propia. Pero también nos enseñan que nadie tiene el derecho a cambiárnosla; por lo tanto, no reprimimos del todo nuestro ansia innata de dominación y de intentar imponer nuestra visión sobre la de los demás. Así que el afirmar que somos tolerantes es algo ambiguo, porque en el momento en que no consentimos la existencia de un pensamiento distinto al nuestro y defendemos nuestro punto de vista por encima de todo, nos hemos proclamado inconscientemente intolerantes.
El tema y ejemplo por excelencia es la religión. Esta, según demuestra el filósofo griego Celso (s. II d. C) en su obra El discurso verdadero contra los cristianos, fue dirigida en sus orígenes por sectas de mujeres que, seguramente hastiadas de una sociedad que las infravaloraba, las consideraba inútiles, sin servicio más que para su casa, marido e hijos, asumieron la dirección de toda una comunidad religiosa, basándose en ideales novedosos para la Antigüedad, como compartir, el amor, la fraternidad, la igualdad… Esta mentalidad fue ganando terreno a la religión pagana y fue adquiriendo fieles, posiblemente por desesperación o buscando esperanza; se fueron sumando a la causa esperando una vida prometida más allá de la muerte, donde podrían ser todo lo felices que no habían conseguido durante su vida terrenal.
- Conozco igualmente muchas otras divisiones y sectas entre ellos [los cristianos]: los sibilistas, los simonianos, y, entre éstos, los helenianos del nombre de Helena o de Helenos, su maestro; los marcelinianos, de Marcelina; los carpocratianos, salidos unos de Salomé, otros de María, otros de Marta; los marcionistas nútrense de Marción; otros incluso se imaginan unos a tal demonio, otros a tal maestro, aquéllos a tal otro, y se sumergen en espesas tinieblas, se entregan a desdenes peores y más ultrajantes aún para la moral pública que aquellos que, en Egipto, practican los compañeros de Antínoo. Se injurian hasta la saciedad los unos a los otros con todas las afrentas que les pasan por las mentes, rebeldes a la menor concesión en son de paz, y están animados de un mutuo odio mortal. Todavía, estos hombres encarnizados los unos contra los otros, intercambiándose los más encarnizados ultrajes, tienen todos en la boca las mismas palabras: «El mundo fue crucificado por mí y yo soy por el mundo...».
Celso, El discurso verdadero contra los cristianos
A la postre el cristianismo, según nos muestra la película sobre Hipatia, creó un imperio de adeptos a los cuales manipulaba a su gusto, según lo requirieran las necesidades del momento histórico; pero, por otro lado, daba fuerzas y un haz de luz al final del túnel a esas personas que vivían en la miseria, que tenían problemas, un apoyo que a base de fe les ayudaba a seguir hacia delante.
Todos, absolutamente todos, necesitamos creer en algo aunque sea de forma inconsciente. En la infancia, dónde aún no somos capaces de ir más allá de lo que nos rodea el día a día, idolatramos a nuestra madre o a nuestro padre, y creemos que todo lo pueden, que son nuestros salvadores, que siempre estarán para nosotros como si de una divinidad se tratase. Conforme vamos creciendo, apoyamos nuestros ideales en temas un poco más propios de una mente un poco más madura y con más conocimientos: elegimos un partido político, un ideal religioso… o la opción de creer en “nada”.
En definitiva, según las vivencias, el entorno, el sentido que tengamos sobre la vida, el enfoque que le demos a los problemas… optaremos por una u otra creencia útil en la que apoyarnos y basar nuestros pensamientos y teorías.
Una vez aclarado que cada persona va a tener sus creencias, debemos de aprender a aceptarlas si queremos autodenominarnos tolerantes con todas y cada una de las letras; de lo contrario, tendremos que conceder que no somos todo lo tolerantes que creíamos.
Simplemente no saquemos nunca nuestra naturaleza humana ineducada ni intentemos acabar con todos los pensamientos contrarios a los nuestros: respetar para ser respetados. Contribuyamos con nuestro granito de arena a mejorar la convivencia de una sociedad con ideales diversos y contrarios.
Cristina Llorens Torralvo.
curso 2016-2017